Cuando viajas mucho, es posible que las buenas noticias lleguen a raudales. Una forma de agradecimiento. Quizás en mi caso, estás llenando los bolsillos de los accionistas con tus ventas. A las compañías aéreas también les encanta llenar sus aviones, particularmente la Business Class. Hacen bastantes esfuerzos para satisfacer a todos sus clientes con vuelos frecuentes. Lo mejor para ellos es la recaudación, un jugoso negocio con precios astronómicos. Lo bueno para mí, es que no pago por los billetes.
La categoría Business Class es como estar en la primera fila de un concierto o cualquier evento donde el privilegio exista. El ego se infla como un globo, es un ámbito muy competitivo, muchos de ellos son currantes de verdad. Es como un espacio de cultivo intenso, se huele una sobre dosis de fertilizantes. Un agradecimiento de unas horas. Un honor entre cuatro paredes con las ventanas cerradas, cruzando los océanos de noche. Tampoco te puedes escapar. Un lugar escondido finalmente. No puedes pedir a cambio un salario más alto por ir a la Clase Turística. Los que ocupan estos asientos están en su mayoría especialistas en el comercio exterior, trabajando para sus compañías. Puestos claves por la importancia estratégica y de la facturación. Toda una época donde estos ejecutivos tenían un cierto prestigio.
Los acompañaban un paquete de dulces como los hoteles de cinco estrellas, la gastronomía de la élite. Los taxis a profusión. Las cosas han cambiado con mucho menos ventajas. El declive de esta época dorada se sitúa alrededor de los finales de los noventa. Manteniendo la facturación, pero quitando el prestigio. La trazabilidad informática, los softwares CRM, (gestión de relaciones con los clientes), el ahora IA (inteligencia artificial) haciendo irrupciones en el manejo de las ventas. La caza por los costes, quitan estrellas a los hoteles, la abundancia competitiva y la alta rotación de los puestos hicieron mella a esta tradición. Hoy la mayoría de los vuelos por estos profesionales se hacen en clase turística o directamente virtualmente. De más a menos. Pero el relevo existe con los financieros, los abogados, los asesores. Los nuevos cazadores de tesoros. Los administradores del consumismo máximo sin piedad. Los gestores de fondos. Los nuevos ricos a nivel global engordan la lista de potenciales clientes.
La otra parte menos conocida es una etapa profesional exigente para las familias y de orden privado. Muchos, con más del 50% del tiempo, están fuera de sus domicilios por viajes. Van por días o semanas enteras con los fines de semanas incluidos. Las horas no cuentan. Los cambios horarios son una constante. Es la antesala de la Primera clase. Un escalón todavía muy superior. La elite del mundo empresarial. No hay ninguna envidia en esta etapa. Mantenerse es todo un reto, hay colas para quitarte el asiento. Se parece a un niño que tiene un helado todos los días, no se preocupe de que va a hacer los años que vienen. Le preocupa más si mañana va a tener su helado. Se logra tener satisfacción comparando a los de la clase turística. Observar el camino recorrido. Empieza créetelo, el oxígeno en abundancia piensa que el mundo está a tus pies. Piensa que el esfuerzo vale la pena. Te sientes potente. Cuando se instala la rutina, es el momento donde empieza a jugar ajedrez, mover fichas para ganar una plaza menos expuesta, con más sol todavía, quedándote en la oficina más alta de la Avenida. Por el momento son escalas y otras que se suceden visitando las capitales del mundo. Me tocó siete años volando a más de diez mil metros.
Business Class, el vuelo con dulces incluidos.
Esta historia de clases empieza a molestar cuando las diferencias se transforman en arrogancia. Tu empresa se ocupa de todo. Acumula millas con programas de fidelización. Puedes ir de vacaciones a los trópicos con tu mujer gratis. Todo empieza desde el estacionamiento del aeropuerto. No vas a tener colas. La zona de embarque tiene fila preferente. Tampoco hace frío o calor ya que la sala VIP te espera con el café y las galletas. Abordar el avión es cosa de reyes. Entra primero y baja también el primero. Te ayudan a colocar tu maletín con una sonrisa.
A pena estar sentado te ofrecen un trago de bienvenida. Un cava con un vaso de cristal. No hay manera de estar tranquilo, es un desfile de buenas intenciones. Un chocolate, otra galleta, un zumo de naranja, una selección de revistas y diarios. El asiento es más amplio, cómodo, huele a cuero nuevo, la pantalla de entretenimiento es de otras galaxias. Por fin después de un largo tiempo, listo para el despegue. Un momento que desconozco porque siempre estoy durmiendo. Una caricia en el hombro es la señal de que vamos a comer algo. No de inmediato. Primero el ritual del aperitivo.
Un bloody Mary era mi preferido. Luego una carta como en el restaurante. Carne, pescado, pollo con nombres muy buscados.
Platos de porcelana. Cuchillería plateada. Servilleta de textil. Una selección de vinos y un postre servido con el carrito a gusto. Una variada oferta de dulces y tortas. Que grande. Luego, el café y el liquor, ya es la hora para más sueños, apagan las luces como en los tiempos de la infancia, la madre dando las buenas noches. El escenario repite con el desayuno. Pero hay que volver a poner el asiento en posición vertical. Es casi una cama, pero aquí no tienes que hacer nada. La electrónica se encarga de todo. Es una experiencia un poco…muy forzada. Creen compensar la exorbitante factura con una discriminación demasiado visible con la diferencia de trato y confort entre los pasajeros del mismo avión. Yo solo viajo, no pago el billete. Un privilegio ganado por astucia. En el fondo, lo que me interesa es viajar, ver el mundo. Me apasiona, mi curiosidad no tiene límites. Lograr viajar a coste “0” en condiciones es toda una proeza. Sacando el uniforme puedo parecer a un pasajero clandestino. Sin embargo, todo me parecía muy exagerado, luego tenia una actitud de culpable en la fila de taxis devuelto a la normalidad del aeropuerto.
Clase turística. La cultura del menos.
Es curioso, en la clase turista todo va en el sentido contrario. Le quitan centímetros al espacio para tus piernas, el apoyabrazos ahora con el espesor de una hoja de papel. El mullido a los asientos parece a los asientos del metro. Muchos “menos” en unos pocos años. Creen quizás que no se van a ver. Menos kilos en tus maletas, te miden el bolso de cabina, come literalmente mierda envuelto en plásticos, cobran para todo, hasta poder viajar con tu pareja juntos. Un suplemento que no habéis visto en la computadora.
Dos mundos que se alejan cada vez más. El mismo avión, el mismo viaje. El mismo piloto. Que estupidez. Parecen ahora aviones, como estos barcos transatlánticos de antes. Ahora con una fina cortina para diferenciar el estatus económico. La diferencia en el barco es que te cocinaban platos ricos y abundantes para todos. Podía pasearte en las cubiertas, el bar estaba abierto todo el día.
No perdí la sonrisa todavía. Hoy viajar en avión no tiene más gracia. La ilusión se rompe a pena cruzar la entrada del aeropuerto. Después de una batalla con tu ordenador para comprar un tique “on line”, te encuentras con un panorama aún más caótico. En filas, de un lado a otro, como un terrorista sospechoso. Las pistolas nunca están lejos de ti. Las cámaras y los escáneres se encargan de vigilar hasta tus entrañas. Hay dificultades para encontrar un asiento para esperar el vuelo. Demasiada gente circulando por todas partes. Ya tienes bronca por los pocos kilos que tiene tu maleta. Atrasos, cancelaciones y más disgustos. El precio engaña mucho. Una galaxia de tarifas se parece más a una Telecom. Servicios y horas de espera a tu cuenta.
Viajar como personas, con respecto.
Viajar en avión, este sueño tan humano se ha vuelto una tarea con disgustos a cada vuelo. Pagar mucho más por viajar en Business class no arregla nada. Lo empeora y mucho. Creando un mar de distancia a costa de la mayoría. Disminuyendo sus básicos. No deberíamos aceptarlo así no más. Viene el tiempo de las exigencias, no validar la humillación. Las huelgas de los servicios, los pilotos, los controladores aéreos demuestran los abusos que afectan también a los operarios de este sector. Una vez más este maldito dinero. Está encima de la simple y justa distribución.
No se trate del beneficio, se trata de la exageración manifiesta, que trata el que paga de ser un tonto imbécil. Una oveja que hay que esquilar de forma continua. Da igual si se encuentra el pasajero al frente o a la cola del avión. Demasiado caro de un lado y del otro, la humillación con criterios abusivos. En estos términos, ambos siguen pagando sus pasajes demasiado caros. No es de recibo. Merece ajustes y volver a más sensatez.
Viajar, un estado placentero, feliz.
Viajar, empieza desde tu casa. Es una cosa muy romántica, un estado placentero, el descubrimiento, la emoción, el planeta, la grandeza de su gente, su diversidad cultural, gastronómica, la naturaleza, estas ciudades vibrantes. Los colores y los olores. Todas estas imágenes grabadas en tu memoria. La literatura y todos estos sueños, historias y relatos.
No se entiende que unos pocos piensen que el transporte es solo una fuente de ingresos. Que consideren literalmente que la mayoría de sus clientes son como pollos en una macro granja.
Tampoco piensan en los jóvenes soñadores que aspiran a lo mismo de siempre. Descubrir el mundo de otra manera que estar al frente de una pantalla.Dibujando nuestro futuro con perspectiva, conocimiento real de las cosas y sus realidades. Trazar y mantener valores tangibles como la ética y los buenos modales.
