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Relato: No voy a juzgar a una mujer que no conozco
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No voy a juzgar a una mujer que no conozco, porque esto sería injusto, además, no aportaría en nada a esta historia.

Era mi primera estancia en Tolsber

todo me parecía extraño y atractivo,hasta las bancas metálicas me eran cómodas y estaba fascinada viendo las líneas que dejaban los aviones, y preguntándome porqué al quedar el cielo limpio las líneas seguían en mi memoria de una forma tan real que me daba la impresión que podía agarrarlas, retorcerlas y guardarlas.

El primer día supe de una mujer llamada Clara, que yacía bajo una farola con un cuadro gris en la mano.

Tenía en su rostro dos líneas viejas como grietas que dejan las preguntas sin contestar.

Su confianza parecía sostenerse sobre esas dos líneas flojas y gastadas.

Sobre su boca otras líneas blancas, secas e inertes como los ríos del siglo XXI.

Sus rodillas sobre la tierra como guardándole un homenaje a aquel cuadro que tenía en la mano,al cual miraba fijamente.

Me acerqué con la intención de ver los detalles del cuadro, y ella dio un sobresalto como sí en imaginación no tuviéramos la libertad de desafiar los espacios y acercarnos hasta el punto que deseemos.

Clara, me quedó viendo como que yo tuviera la culpa de imaginarla y curiosear lo que tenía sobre sus manos.

La quedé viendo con dominio y le asalté de sus ojos el cuadro.

Era algo inconcluso, un ojo que en el lugar de la pupila tenía llamas y las pestañas hiperrealistas, sin un acabado, cosas que obedecían a que el cuadro no estaba terminado.

Inmediatamente, supe que las pestañas eran las mismas de la mujer que observaba el cuadro.

Me llamo Clara, me dijo.

– ¿Dime si estas pestañas son las mías? -Preguntó con la hiperactividad de meterse dentro de sus ojos el sí que le diera mi boca.

Lo son, le dije, y me marché.

La mujer siguió buscando con la esperanza de encontrar otra particularidad suya en aquel ojo.

Pero no podía compararse el cuerpo a un ojo, o las manos, o la boca a la imagen de un ojo inconcluso y surrealista.

Me fui a Tasbatea, me dijeron que esta era la ciudad más linda de Tolsber.

En efecto,

la vista real era inigualable y la ciudad se veía como si en los cuatro puntos cardinales hubiera enormes espejos que ampliaran las luces y las casas.

Pensé en Clara y su empeño en buscarse en el ojo cuando el cuadro solo contenía las pestañas que cubrían la llama cuando el ojo dormía.

Pensé en Clara toda la noche.

En mí y en todas las mujeres que se me han venido a la imaginación.

Conté las heridas que hay en una búsqueda y un deseo de encontrarse en un lugar donde no estamos por completo y lloramos sobre la llama como si nuestro llanto pudiera apagar el fuego en un cuadro inconcluso.

En la imaginación se tiene libre albedrío, pero no quiero saber de quién es la llama del ojo del cuadro que sostiene Clara.

 

  • Albert Hernández
  • Poeta y escritora nicaragüense
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