El cigarro. El humo que cerraba grandes tratos.
Tiempo atrás.
Las antiguas costumbres persisten, vibrantes, diversas, esperadas, disfrutadas con intensidad. Las raíces de un pueblo orgulloso, amante de su tierra. Lo más valioso es que se transmiten a las nuevas generaciones, que las acogen con entusiasmo. Es como aferrarse a algo sólido, tangible y confiable.
Sin embargo, nada es definitivo. Algunas de estas costumbres desaparecen para siempre, lo cual no necesariamente es malo. Algunos rituales ya no son compatibles con nuestros tiempos.
Permíteme abordar la dinámica de las relaciones comerciales entre empresas. Los intercambios entre los dueños de negocios, los trabajadores verdaderos. Ya sabes, la venta, las ofertas, la compra. El marketing, los números, los márgenes, el potencial, las novedades, la logística, las finanzas, las ganancias, los beneficios, los recursos humanos. Los acuerdos comerciales solían sellarse en las oficinas, formalmente, con traje y corbata o con ropa de trabajo, pero ahora muchos de ellos se realizan de forma remota. Un apretón de manos firme, acompañado de una mirada de aprobación, solía ser suficiente. Luego, un buen almuerzo o preferiblemente una cena, para certificar la autenticidad del acuerdo alcanzado.
Hoy en día, muchas operaciones comerciales se negocian en las oficinas y luego cada uno regresa a su hogar, con más papeles de por medio. La palabra ya no es suficiente y la confianza presenta fisuras. La gestión administrativa ha ganado terreno y genera más empleos que los músculos dedicados a la creación de bienes. Esto también se refleja en la política, donde edificios enteros están ocupados por personas que trabajan con documentos. A pesar de la digitalización, no se percibe una disminución en el personal administrativo. Resulta curioso, ¿no crees?
Lo último es que ni siquiera los vendedores se desplazan, todo se realiza en línea. La digitalización parece haber sido aprovechada por los más poderosos, dejando de lado consideraciones como el esfuerzo, la ética, la transmisión generacional y el equilibrio. Solo interesa el dinero, incluso si eso implica recurrir a trampas.
Afortunadamente, en España aún existen muchas empresas familiares que mantienen los pies sobre la tierra. Trabajan arduamente, no son deshonestas y conocen bien a sus clientes y proveedores.
Algunas de estas empresas aún mantienen rituales sorprendentes dignos de mención.
Por ejemplo, el patrón de costumbres singulares entre los dueños o directivos de las generaciones anteriores.
He tenido la oportunidad de vivir estas experiencias justo en el momento en que están desapareciendo, como un extranjero recién llegado a principios de los años 2000. Ahora son recuerdos lejanos.
Las cenas se prolongaban hasta altas horas de la noche.
Un buen acuerdo comercial, significativo y estratégico, siempre culminaba con un almuerzo, aunque preferiblemente con una cena, por dos razones. Primero, a los dueños no les gustaba dejar su negocio desatendido durante toda la tarde. Además, disfrutaban de la comida y la compañía. Luego del postre, durante el café y los licores, se sacaban los puros. El poderío del que va a pagar alcanzaba su máximo esplendor. El problema era que yo no fumaba. No podía rechazar la pipa de la paz. Además, no era conveniente dejar una sombra sobre la empatía del evento estratégico. Otra vez surgían los mismos malestares, sudores y mareos. La nicotina invadía mi cuerpo y yo luchaba por aparentar ser el hombre fuerte, el que no se rinde. Cuando finalmente todo había terminado, en el estacionamiento siempre alguien proponía una tercera parte: una cena más prolongada en un lugar con música en vivo. La última copa en un club nocturno. No era un tema sexual, se mantenían las buenas formas. Era simplemente un destino relajado que recordaba tiempos pasados, con música, un bar y chicas. Era una noche iluminada en un local, creando una sensación de libertad que ya no tenían en sus vidas cargadas de responsabilidades. Por supuesto, el cliente o proveedor se encargaba de la factura más comprometida.
Este tipo de épocas están en vías de desaparición. El machismo, ahora en la sombra, no está en sus mejores días. Una forma de comportamiento insistente, ancestral y excluyente, que ha estado presente desde siempre, sigue vigente en estos lugares. Nadie nos enseña a evolucionar, a ordenar el comportamiento arraigado de siglos transmitido con toda naturalidad. El cambio en este sentido es bienvenido y necesario, aunque la realidad puede ser difícil. Cambiar estos patrones de comportamiento es un proceso lento y lleno de obstáculos, tanto jurídicos como políticos y de poder. El caso de Dani Alves es un buen ejemplo: con suficiente dinero, incluso puede obtener una sentencia más indulgente. Cada uno debe tomar conciencia. El proceso de cambio es muy lento. Esta igualdad y respeto que tanta cuesta al hombre se está incorporando poco a poco en sus gestos y palabras en la vida cotidiana. Hay miles de actitudes que necesitan ser revisadas. La violencia machista, el extremo de la resistencia y la intolerancia, es como una pared que hay que derrumbar. No se puede hacer con picos y palas. Se necesitan muchos más medios. Se habla mucho, pero se actúa poco. El tema de la igualdad salarial entre hombres y mujeres aún no se ha resuelto por completo.
En el estacionamiento, no hay advertencias previas, ni falta de educación ni maldad. El instinto animal sigue presente, y el alcohol anestesia la racionalidad. Para liberar tensiones, no necesitan la aprobación de sus pares, pero tampoco van solos. Son personas decentes que buscan un poco de diversión no autorizada por sus familias para afirmar su autoridad y aliviar la escasa libertad de la rutina diaria. Es una forma antigua de explorar lo oscuro y lo infame. Saben que estos días están contados. Es una rebeldía premeditada, orquestada con un responsable como cabeza de turco. La culpa siempre recae en el cliente o el proveedor. Mañana no estaré aquí para dar explicaciones. Todos guardan silencio, un pacto de caballeros. Nada saldrá de aquí. Es característico, se puede percibir la subida de adrenalina en la entrada del local. Toda una generación con un patrón de comportamiento a nivel nacional. No estoy aquí para juzgar, solo para observar. Nadie dijo que no se pudiera.
Todo está cambiando, ya sea para mejor o para peor.
Depende de los ciclos de la luna o del gobierno de turno. El alcohol sigue siendo un grave problema, altera el comportamiento, y ahora se comprende que conducir bajo los efectos del alcohol es una falta de respeto. El humo en los lugares cerrados solía ser una niebla densa que impedía ver a los demás comensales, lo que servía para contener las ganas de comportarse de manera inapropiada. Ahora, con el resurgimiento del puritanismo en nuestras sociedades, se intenta amortiguar las frustraciones. La impresión de perder algo se compensa con la diversidad de género, que está tomando el relevo con sus nuevas normas de tolerancia. Las nuevas libertades oficiales se fragmentan en la elección de gustos variados. Hay una variedad tan grande de placeres en tantos lugares diferentes que no hay un solo sitio que pueda considerarse lo suficientemente transgresor. Todo es mucho más difuso ahora, especialmente con las drogas como denominador común. Los viejos problemas morales parecen ahora insignificantes en comparación con la diversidad de lugares de hoy en día. Además, hay nuevas preocupaciones, como la incertidumbre, la ansiedad, la salud mental, el estrés y la falta de ganas de vivir.
Estamos viendo desviaciones en todas las direcciones posibles.
Se intenta llamar la atención sobre viejos problemas que ya están identificados con precisión, como la eliminación de la prostitución, lo cual parece ser un remedio para las causas subyacentes. El enredo sigue creciendo. Antes, la diversión se limitaba a una copa de vino, una cerveza, un café, un chupito o un cigarro. Ahora, se trata de mezclas de todos los colores, bombas de tiempo. La diversión se encuentra en lo prohibido, en la cocaína y las pastillas que prometen el olvido durante un rato. Lo insólito es que la factura es mucho más alta, y no hay IVA incluido.
El progreso fiscal a costa de la destrucción deliberada.
Vivimos en una sociedad que quiere regularlo todo, controlarnos, prohibir más que permitir el emprendimiento. Estamos invitados a seguir patrones de comportamiento obligatorios, mientras que la libertad está siendo controlada por cámaras y drones. Y aún hay más, con la detección facial como la última medida de control. Pero no pueden con la naturaleza humana. Lo que vemos es una expresión de la necesidad de escapar de tantas angustias y de la pérdida de autonomía. Por supuesto, la forma más destructiva de expresar esa desaprobación es a través de las drogas y la conducta irracional. No todos somos iguales; algunos aguantan hasta que la depresión invade su propiedad privada.
Con paciencia, esperamos a un hombre o una mujer con un talento especial que pueda proponer un orden basado en nuestros valores, que pueda regular nuestro comportamiento y llevar a la mayoría hacia algo menos disruptivo y destructivo. Lo que antes era vergonzoso ahora se presenta como un animal a cazar, pero el cazador de hoy es un monstruo sin control. Las burbujas se inflan con tanta diversidad en la misma caja, que eventualmente explotarán. Ojalá pueda escapar de esa caja y seguir viviendo una vida más fresca y saludable. Me queda la naturaleza como refugio, ver pájaros volando sin restricciones.
¡Que viva la vida!
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