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Aneto, una meta resistente
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La primera vez.
Las montañas pueden negar que algunos pisan su cima. No debe transformarse en una obsesión. A mí me paso con el Aneto, una cima razonablemente accesible, la más alta del Pirineo con 3404 metros.
Tres intentos sin éxito. La primera vez fue con un grupo de montañeros amigos de Huesca. Dormimos no muy lejos del refugio de la Renclusa. Un día de verano, con nuestros sacos de dormir sin más, al ras. Una cerveza con bocadillos. Al día siguiente muy temprano nos pusimos a la obra para coronar su cima. Pero el tiempo cambio. Nublado con amenazas de lluvias. Luego llegaron los truenos y los rayos. Era prudente un cambio de objetivo. Nos quedamos en el glaciar sin la estocada final. Hay que saber cuándo abandonar.
La segunda vez.
Lo intenté solo, unas semanas después. El mismo itinerario. Llegando a la mitad del camino me encuentro con dos chicas, una de ella con un tobillo dañado por una caída sin peligro en esta zona. Simplemente le faltó suerte con una buena dosis de inconsciencia. No tenían las calzas adecuadas para estar en la montaña. Un turismo de verano sin asesoramiento previo. Tuve que revisar mis prioridades. Ofreciendo mi ayuda. Bajamos lentamente con apoyo constante hasta llegar al refugio. Agotadas y llamando a los servicios de auxilio.
La tercera vez la vencida. No siempre.
En la recta final de la estación de invierno, todavía con nieve y frío. Un itinerario diferente con crampones y por la vía sur. Con fuertes pendientes. Una larga canaleta de nieve y hielos. Bonita vía. El mismo grupo de Huesca, compañeros competentes, tenían unos diez años más jóvenes que nosotros, en plena forma con la potencia y la dinámica de la juventud. Hemos subido juntos al Mont Blanc unos años más tarde. Una vía diferente a la ruta normal, los tres montes. Volviendo al Aneto. Todo iba muy bien, había tomado un cierto riesgo invitando a un amigo de muchos años. Pero sin ninguna experiencia de las montañas. Eso si, en muy buena forma física. Un maratoniano de pura cepa, de estos que no abandonan fácilmente. Él lo fastidio todo con un resbalón monumental en la trazada nevada. Todos equipados de crampones. Un lugar sensible, una pendiente nevada con una laguna todavía congelada debajo. Unos doscientos metros antes de morir. La cuerda que nos une hizo bien su trabajo. Tenía vértigo, estaba muy mal. Me lo contó después. Un esquince malo, no podía continuar. Sólo faltaba el couloir que nos llevaba directamente a la cima. Otra vez abandonando el grupo para un descenso prematuro acompañando a mi amigo ahora cogiendo. Una loza, muy lentamente. Llegamos todos juntos al estacionamiento, pero mis compañeros lograron la cima tan deseada.
Tres intentos fallidos.
Tampoco es una catástrofe. La cima no lo es todo en las montañas. Hay que respetar sus decisiones. Otra vez será.
Las montañas están aquí para siempre, volver no es un problema. Ahora la responsabilidad personal es muy importante. Un accidente involucra a otros que deben tomar riesgos adicionales. No siempre se puede asumir especialmente en los casos de las altas montañas del Himalaya. No hay siempre fuerzas suficientes para encargarse de otros en dificultad. Ser responsable con los equipos, el entrenamiento, la seguridad, las previsiones del tiempo, el estado de la nieve, el agua y alimentos. Conocer la historia de esa montaña, sus trampas. La elección de las cordadas. Avisar sus itinerarios. Sus planes de ascensión. Una concentración máxima durante muchas horas o incluso días. Fallar no es una opción en las montañas. Saber abandonar a tiempo es mejor que forzar el destino. El descanso empieza cuando se termina la aventura. En el estacionamiento, el café del pueblo.
Las metas.
Pasa igual en la vida, todas las metas que nos proponemos no siempre se cumplen. Todo o nada no vale. Puede esto decepcionar, agotar, perder la confianza en uno mismo. A veces en las montañas o como en la vida, uno se entrega para ayudar a otros. La solidaridad no tiene ganancias. Es un sentimiento del bien. Calma tu ego, el deseo de triunfar dejando atrás víctimas en el camino. Te hace mejor persona. Siempre se puede volver a intentarlo. Las metas siempre van a estar aquí. No van desaparecer. Hay oportunidades a granel.
Las metas.
No es lo más importante, es la forma de lograrla que importa. El esfuerzo no lo es todo. El tiempo usado tampoco importa, la apariencia tampoco.
Entonces aparece la grandeza. La ética, los valores, la actitud y el respeto. Los intangibles, lo que no se ven a primera vista. Una maleta de estos tesoros que debería acompañarte siempre. Cuando la cima te toca, más grande será la emoción. Sera el ejemplo del buen hacer.
Que sus metas sean un éxito, con este toque de elegancia, de alegría compartida con sus actores. Celebrarlas limpias de sombras. Feliz 2024.
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