Lifeisgood. La vida es buena.
Hay muchas sombras en suiza, todo lo que brilla no es oro. Un clima muy cambiante, para no decir otra cosa más rústica. Organizar una barbacoa es un poco como jugar a la ruleta rusa. Todo se decide al último momento. Más de una vez tuvimos que cancelar por fuertes lluvias. Las compras para nada. El frio no era un motivo suficiente para renunciar a una junta entre amigos y familias. Esta vez todo parecía más amable. Un pronóstico estable para un día especial con una coordinación perfecta. Mi suegra está llegando de visita desde Mendoza, Argentina. Ella se quedará unos cuatro meses con nosotros. Recibió una carta oficial por verificación de identidad pasando los tres meses. Un vecino la denunciara por extender el plazo legal. Cuando me presento al ayuntamiento no podía creer que fuera mi vecino a la ventanilla. Sabía que trabajaba allí, pero imaginar su denuncia tan cobarde me hizo reflexionar. Le dije que la expulsaran inmediatamente. Una suegra imposible de aguantar. Ud. me comprende… Así no pagaría el pasaje de vuelta. Uds lo hacen por expulsión, un buen ahorro. También le enseñó su pasaje de regreso dos semanas más tarde, ni siquiera pasará la Navidad con nosotros. Dejémoslo así sentenció.
No hay que confiar en nadie, tampoco de tus vecinos aquí. Un país, con los datos recientes compuestos de un 25% de extranjeros, 40% en la ciudad de Lausana donde vivíamos. Una xenofobia clara, viene desde lejanos tiempos donde toma asiento este relato. La población extranjera no superaba el 10%. Muchos españoles, italianos y portugueses para el boom de la construcción, autopistas, túneles y industrias.
El trabajador extranjero no se siente integrado del todo, tienen dificultades para una felicidad plena.
Me alegro por su llegada, la abuela es tan necesaria para nuestra hija. Era de recibo festejarla con un asado en este hermoso domingo con nuestros buenos amigos y algunos nuevos. Los latinos nunca rechazan un momento de unión. Mejor con unas cervezas, un buen vino con una parrilla y un poco de carbón o madera seca. Un bosque, un lugar de nuestro conocimiento por haber pasado buenos momentos en varias ocasiones. En suiza todavía se puede armar fuegos en los bosques. Una libertad bienvenida. Aunque con las sequías las cosas van a cambiar ahora. Cada vez menos espacios libres. Pueden dejarte hacer cosas, pero te prohíben estacionarte cerca. Una formula muy disuasiva. Una forma indirecta de decirte que no vaya. Prefieren acercarnos a sitios organizados peleando por un sitio para sentarse, colas para las parrillas. Éramos unas veinte personas. Cada uno llevando algo. Salvo la carne que ese día me correspondía. Un ejército de niños alegres ponía un toque de escuela infantil al lugar.
Con las cervecitas en las manos de los hombres hablando, rompía el silencio del bosque. Ellas son siempre más inteligentes, sentadas, servidas como reinas con los aperitivos. El carbón y la madera pronto están encendidos. Cesar, un argentino experto en fuegos caseros era siempre voluntario para oficiar al frente de las brasas. No tardo en poner toda la carne en el asador. Otro, un chileno, el disc jockey de siempre. Podía competir con las discotecas. Otro, un suizo lo sabía todo en materia de impuestos. Alimentaba la manera de esquivar la exageración. También un iraní musulmán que comía carne y bebía vino. Otro francés, tratando de entender algo de tantas mezclas. A los niños no les importaba de dónde venimos. Ahora vienen las complicaciones. A mi suegra llegando directamente desde el aeropuerto, en lugar de llevar galletas o peluches se le ocurrió transportar unos cinco kilos de carne premium desde Argentina en un táper de torta helada de gran capacidad. Un gesto de consideración en estas tierras de salchichas alemanas. El secreto corrió entre bocas seleccionadas. Un día extraordinario en realidad. De un lado la carne local y del otro saboreando un regalo inesperado. Todos éramos muy felices con sonrisas cómplices. Es verdad que hay diferencias con el origen de la carne. También es cierto que el asador, puede hacer maravillas con su arte. Ese día la felicidad flotaba en el aire. Todo parecía muy bueno. Con todos los años ahora vividos, este momento fue una referencia para siempre.
Nos gustan los asados. Siempre tengo carbón y madera lo necesario para arrancar un fuego donde sea. Un retorno a lo básico. La capacidad de poder armar momentos muy especiales con muy pocos ingredientes. En tu casa, en la naturaleza.
La pareja embajadores.
Me recuerdo ya que estamos hablando de carne. Sacaba un asadito esta vez del horno de la cocina. No es tan glorioso, pero olía bien el asunto cuando por un mal gesto todo volcó en el suelo, quemándome unos dedos para amortiguar la caída inevitable. El problema eran los invitados especiales ese día en nuestra casa. Hacerlo bien era el mínimo. No debían en absoluto enterarse de tanta mala suerte. Los seis “solomillos” en el suelo. Ahora en la mesa, con un brindis, un vino argentino de buena cepa. Saludando lo bien que la pasamos. Se fueron muy contentos, la pareja de embajadores de Argentina.
El cochinillo frío.
Otro caso ligado a la brasa, éramos un grupo de amigos, en estos lejanos tiempos de soltería. Decidimos hacer un cochinillo a la brasa. Una rareza para nosotros. Un lugar cualquiera en un bosque en pleno verano. No está prohibido hacer fuego en los bosques. Llevamos tanto vino como cervezas. Las motos aparcadas y las bolsas de dormir preparadas. Aquí hasta la mañana siguiente estaba el plan. El tema es que la cocción de este animalito no es lo mismo que hacer una tortilla.
Demora horas de paciencia, unas buenas manos para vigilar el asunto. Otros están buscando madera seca. Obviamente, hay que esperar mucho para comer este manjar. Terminamos durmiendo sin haber comido. Pero habíamos bebido todo, no quedaba una gota del precioso líquido etílico. Un desastre. Tampoco está mal para el desayuno, pan con cochinillo frío. Prometido no volverá a repetirse.
Una Navidad prodigiosa.
Alquilamos un pequeño chalé para celebrar la noche buena juntos con nuestros amigos íntimos. Unos seis niños acompañándonos. Una noche también con el fuego andando, un asado consecuente de cosas finas era el centro de la mesa. Muchos platos de todo. Había alegrías con todos estos niños alrededor.
Cuando de repente llega la nevada del siglo. Unos treinta centímetros en horas. El silencio se había apoderado del lugar. A las doce, el cielo estaba despejado sin una nube, un cielo estrellado brillante. Magnífica noche. Cuando llego el papa Noel saliendo de la nada con la imprenta de sus pasos en la nieve virgen con los regalos, los pinos alrededor cargados de un mantel blanco, fue feérico, irrepetible. Parecía una película. La noche perfecta. Emocionante. Al día siguiente los coches estaban bloqueados en pleno bosque. Un gran lío para volver a la realidad. Caminando hasta la carretera con niños en los hombros llamando amigos y familiares para buscarnos.
Ole a quemado.
Las carnes y los pollos carbonizados también hacen parte del ritual de las barbacoas. Lo bueno es que nunca se rompe el buen humor. Tampoco cambiar la rutina de la casa es nefasto. Viva la barbacoa. También puede ser vegetariana, es ahora ninguna contraindicación. Siempre deja recuerdos con buen sabor y felicidad.
La paella, sin ella no hay reuniones completas.
Ahora viene el regionalismo, estamos en la Comunidad Valenciana. Si es cierto que se cambia el carbón por el gas en muchas ocasiones, se inventaron una forma única para juntarse. Una manera aún más singular y profunda. Lograron hacer conocer la paella en todo el mundo. Un hito extraordinario, ni siquiera la pizza logró semejante honor. Bien que Nápoles sea mencionado en más de una ocasión, lo entendemos como una especialidad italiana. La paella es Valenciana. Tiene un origen universal. Lo más importante es que es muy rica y siempre hay motivos para comerse una. Las familias y amigos tienen esta tradición que no tiene que envidiar a las barbacoas. Que grande.
Viva la vida.
