Los cambios de hábitos, una realidad.
Comer puede ser un acto social, un momento para compartir, disfrutar de la necesidad biológica. Transportarse en el universo sensorial de los olores y gustos. Transmitir a las próximas generaciones las costumbres culinarias. Sentarse en una mesa como un ritual milenario. Un momento especial de unión entre los comensales. Siempre hay una cocina a escasos metros de la mesa, parte integral del escenario familiar o de un restaurante. El o la cocinera son respetados, el menú se elabora de preferencia con productos frescos, al momento, caliente, humeante y sabroso. En familia con su ida y vuelta a la cocina, es el centro de las operaciones. Un esfuerzo real para mantener estos gestos que demandan tiempo en el que la sociedad nos quita cada vez más un poco.
Otros lo ven como una rápida necesidad sin más, masticar, ingerir para reponer fuerzas. Lo que sea, donde sea. De preferencia es barato, fácil de comprar, nada de cocinar. Un momento con otras cosas en la mente. El factor tiempo o de diversión rodea, se come y se bebe al mismo tiempo. Vas al servicio y sigue tu vida. El respeto por la salud del cuerpo no es una prioridad. Las pastillas serán para otra etapa, cada cosa en su sitio.
La falta de tiempo como un argumento siempre puesto adelante.
Una vida trepidante, donde la velocidad es un concepto euforizante. Los trayectos de ida y vuelta del trabajo, los dos trabajando, los niños, las actividades extra escolares, el agotamiento crónico. Una sociedad centrada en el consumismo sin piedad. Se endeudan para aparentar aún más. Los restaurantes de comida rápida lo entienden muy bien ofreciendo comida para llevar, incluso ofreciendo mesas para comer sus productos ultra preparados con la ayuda de los microondas o sus sartenes para freir, calentar rápido los menús universales disponibles en todo el mundo. Ahora también te lo llevan a tu casa para asegurarse que no vas a tener hambre. Hasta el bocadillo tradicional, un tema cultural de siempre ha tenido golpes con menos volumen de ventas con las megas empresas globales vendiendo un concepto de comida industrial, seduciendo primero a los niños y jóvenes. La bollería industrial como ejemplo visible en los supermercados. Hoy es un negocio consolidado. No es un gesto de compra tipo emergencia o una experiencia exploradora. Es una forma rutinaria de alimentarse para millones de personas y familias.
Ahora nos viene la estocada final.
Ya que no paramos de correr en todas partes, comer incluso parados o caminando, es quizás una meta alcanzada por los gurús de la economía. Nos viene un ataque masivo por parte de los supermercados ansiosos de "comer" una porción del pastel de una oportunidad sin precedente. Quieren sacarnos de las cocinas a toda costa. Ayudan mucho los medios de comunicación, todas las cadenas de televisión presentando a máxima audiencia horas y horas las recetas de las abuelas como si fuera un bien en estado de desaparición, creando una ansiedad voluntariamente, construyendo el recuerdo no tan lejano. Ingredientes sanos del campo. Te ponen la mesa y cocinan al aire libre con vistas espectaculares. Una vuelta de España en la búsqueda de menús variados y tan ricos. Se nos sacan las lenguas de envidia. Es un poco como una realidad de la infancia que se nos va para siempre. Se instala la nostalgia y nadie va al mercado para comprar los ingredientes para replicar la receta en tu casa.
Todo viene de lejos y la globalización se nos acerca a la velocidad de la luz. Tierras muy pobladas de costumbres ajenas con un peso económico muy potente que influyen mucho de como debe ser el futuro de la alimentación.
Nuestras tradiciones culinarias progresivamente evolucionan en direcciones que nadie quiere, hasta el aceite de oliva te la quitaron con un golpe en la mesa con sus precios por las nubes. No volverán más los precios populares igual que la receta de la abuela. La razón del más fuerte gana la partida. Para esconder y tapar la ofensiva, nos tienen también ocupados con la comida ecológica, del último kilómetro, fresca y maravillosa. Los cocineros con estrellas Michelin como punto de referencia para mantener la mirada hacia la excelencia. El cuento de hadas. Probablemente será otro sueño para la inmensa mayoría con precios de accesos reservados para la élite.
Mira Tambien: Estos Temas RelacionadosEl bullyng en los centros educativosTodo es más crudo que la realidad.
Los frescos en los supermercados se transforman progresivamente en vitrinas frigoríficas de menús preparados. Una tendencia en vía de aceleración. Una oferta infinita. Preparaciones embaladas al gramo con precios idénticos. Una mecanización industrial con los gustos universales a temperatura controlada, fechas de caducidad, aditivos de conservación y otras porquerías para asegurar tu adicción. Tu desayuno, almuerzo, tu cena ahora preparada. Se acaba la originalidad. Todos iguales. Me olvido de mencionar que el plástico es el nuevo rey, es la transparencia inocente, el vehículo letal. No es que no me guste la alternativa, la solución de paso. No me gusta la orientación obligatoria. La imposición de un modelo con un pensamiento único.
Una especie de dictadura alimentaria.
Puede además provocar daños colaterales como problemas de salud a largo plazo. Es otro negocio muy interesante no por casualidad.
La alimentación, la salud pilares de la vida con una clara visión mercantil, con atropellos evidentes y premeditados a la conservación del ambiente. Una apuesta deliberada. No sé si es de recibo. Lo deciden Uds. Te anestesian como un alquiler compartido donde los gastos se dividen entre los inquilinos. Toca reciclar, llorar por el maltrato del planeta, un poco más te dicen que eres el responsable de tanta exageración. Todo es un tema para hacer más dinero quedando en manos de unos muy pocos, cada vez más concentrados con monopolios o son cuarteles que igualen sus condiciones sin ninguna oposición de los reguladores. El modelo y pensamiento único global en todas sus facetas de funcionamiento. Tenemos ejemplos como Halloween, las redes sociales, el móvil, la herramienta céntrica imprescindible. La banca, el pasaporte biométrico, la detección facial, la hamburguesa, las papas fritas, encuentra tu chocolate preferido en todo el mundo. etc.
Los invernaderos de Almería o Murcia van a perder su corona con la supremacía del plástico.
Pero siguen ganando, ofreciendo tomates todo el año, no hay sequías con el goteo, tampoco necesitan tierras para producirse. La alteración genética para hacer compatibles los productos con el transporte lejano sin deteriorarse. Los supermercados van a superar por mil la meta diabólica del plástico. ¿Quién habla de ecología, protección ambiental? Quién engaña, el que come o el que produce. El dinero no tiene olor, gusto, tampoco suele gastarse en una cocina. Vale más para unos pocos que el daño producido. La impunidad y la amnistía se venden como una promoción comercial oficialmente. No hay nada que esperar para cambiar la locura. Viajar puede abrir la curiosidad, la observación. La querida España está en modo resistente, se sigue oliendo rico en todos los lados, las casas de comida caseras, sin fin de gestos artesanales. Pero es otra cosa en muchos lugares del mundo. Ver lo que nos viene encima provoca una lágrima por impotencia. Será interesante ver los argumentos de venta, seguramente un menú con entradas. No faltará el cava para redondear el precio de la faena. Bienvenidos al progreso culinario.
Viva la vida.
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