El sexto sentido. ¿Qué es para Uds.?

El sexto sentido. ¿Qué es para Uds.?

Índice
  1. Muy cerca de la muerte. Tenía que ser en moto.
    1. Otros tiempos que pueden repetirse.
    2. De tanto confiar puede llevar a sorpresas.
    3. Un susto al nivel mayor. La cita por la vida.
    4. El sexto sentido. Un ángel de guardia.
    5. Siempre soy yo quien afloja, frena, evita, modifica.

Muy cerca de la muerte. Tenía que ser en moto.

Hace ya una buena media hora, había salido de la casa de mis padres. Un pequeño pueblo de Suiza profunda. Éramos en estos años de pasión extrema, unos amigos fanáticos de las motos. Los maravillosos años setenta.

Otros tiempos que pueden repetirse.

Andamos de manera exagerada, muchos kilómetros, viajes y aventuras. Los fines de semana, se cargaba la moto con un saco de dormir y bolsas de plásticos atados a la parte trasera de la moto para ir a un gran premio o hacer turismo en Europa. Dormíamos casi siempre en algún lugar en el campo. También se necesitaban para ir al trabajo, nunca faltaba aún muerto de fiebre. Hacíamos el mantenimiento y reparaciones nosotros mismos. Los motores no tenían secretos guardados. Cuarenta mil kilómetros en un año con mi primera moto. La experiencia es un grado, está vez por la vía acelerada.

De tanto confiar puede llevar a sorpresas.

Mi primera moto era una flamante Yamaha RD 250, un modelo del año 1974. Echaba humo con su potente motor de dos tiempos, la furia del momento. Todo un recorrido sobre dos ruedas tenía entonces. Todo muy progresivo. Ir al colegio en bici, 12 km por día, los buses escolares no existían. Formación profesional en ciclomotor, 30 km por día, a los dieciocho años, hacer el permiso para motocicleta y coche. Compré una Lambrettra de segunda mano en ruinas que había que remontar su currículo por una decente tercera vida.

Aumentar el promedio del crucero para ir a las aulas, era una meta aceptable. No tenia recursos suficientes para comprar una moto. Éramos tres amigos con Scooter andando con monos de cuero y cascos integrales, compitiendo en las bajadas de los puertos los domingos de verano, con los viejos moteros de casta, con sus inglesas Triumph, Norton y las nuevas japonesas. Éramos unos ratitos locos en estos tiempos lejanos. El espíritu motero circulaba con alta presión entre nuestras venas. No podíamos ganar, ya que los frenos delanteros se calientan demasiado, reduciendo mucho su efectividad. Pero nadie nos pasaba en las curvas. Todos listos y preparados, esperando el día grande para una verdadera moto. Toda una época donde muchas carreteras nos vieron pasar con lluvias, frío, nieve, sol. No importaba la época del año, sobre todo mucha felicidad. Ningún guante aguantaba el frio y las lluvias. Así andábamos igual. Luego trabajando, el sueldo no era suficiente para tanta gasolina. Preferíamos comer un bocadillo para cargar más gasolina. Poder ir más lejos.

Momentos intensos con un grado elevado, exagerados de pasión por las motos, nos llamaron los puristas a estos moteros siempre en las carreteras. También esa hambre de viajar, conocer lugares, países, aunque de manera fugaz. Las carreteras como terreno de acción. Sabíamos equilibrar los momentos de concentración con velocidad y el contacto con la naturaleza, lugares preciosos, infinitos, ver la gente, los campos, las noches estrelladas. Visitamos las grandes ciudades como Milán, Venecia, Roma, Paris, Bruselas, Múnich, Ámsterdam, Londres, Viena y tantas más. Desde Suiza todo parecía más fácil desde el punto de vista económico, ver cosas más difíciles en los países que atravesamos nos ayudaban a medir diferencias. Comprender la actualidad con más criterios. El cambio de moneda nos favorecía mucho. Esta época fue liberadora, excitante, autosuficiente y con mucha libertad. Lo muy bueno, lo exagerado no dura una eternidad. Unos años 1974-1977 para luego abrazar nuestros destinos, cada uno de manera individual. Más amplio, abierto, diversificado, con metas muy diferentes. Todos mis amigos siguen hoy teniendo motos. No se puede apagar definitivamente la emoción que genera una vueltita con nuestras monturas. Una moto es para nosotros como una fábrica que genera la felicidad, el bienestar. Engancha mucho. Una adicción que muchos deberían probar.

Un susto al nivel mayor. La cita por la vida.

Esa mañana, un sábado, seguía un camión que parecía un Pegaso de estos tiempos negros, humeante y lento. Una carretera secundaria con sus firmes bacheados, sus bordes de hierbas altas sin cortar. También, por el gusto del chófer del camión, podría ser algo más ancha esta carretera. Con mi veintiuno añitos, la vista es como la del águila, los reflejos son muy afilados. Todo parecía despejado a la salida de la curva, apretando el puño del acelerador a tope. Es que las motos dos tiempos tenían una buena pegada, no tardaba mucho para doblar a alguien. Llegando a la mitad del camión aparece un coche, una sorpresa poco probable, antes de analizar los acontecimientos había que solucionar de inmediato la inevitable colisión frontal. No hay espacio para tres. Tampoco más potencia para finalizar el adelantamiento del camión.

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Todo estos kilómetros previos para salvar una vida. Frenar de emergencia, apretado al límite, sin bloqueo de las ruedas. Esto no es suficiente, no soluciona la trayectoria. Sigue el coche llegando, cada vez más cerca. El conductor del auto también hizo su trabajo, las trazas de goma negra como testigo. Pero si quería evitar el féretro quedaban tareas delicadas. Reincorporarme en la trazada del camión que ya se encontraba más adelante de nuevo. Dejar pasar el coche sin mi moto al frente del asustado conductor era lo correcto. Una maniobra de ensueño nunca fue practicada antes. Soltar los frenos, inclinar la moto y frenar por atrás cruzando la moto para no encontrarme esta vez empotrando en el culo del camión. La parte trasera de la moto se encontraba en parte todavía en la trayectoria del coche. Sólo escuché un pequeño choque en el lado izquierdo de la moto. El indicador de dirección trasero fue arrastrado por el coche, también la matrícula, unas rayas sobre todo el costado del coche del infortunado conductor.

Le agradezco su ayuda en este día de exceso de trabajo. Fue límite, extraordinario. Además, sin caerme. Fue necesaria una pausa para realizar la suerte que me tocó. No era mi hora para más. Ese día de susto, otro freno se puso en marcha reduciendo mi velocidad para vivir cada momento en cámara lenta. El hilo entre la vida y la muerte es muy delgado. En este caso la lucha por la vida o la muerte no era un tema sobre la mesa. Se trataba de evitar una catástrofe evidente. Un trabajo a tiempo completo. Concentración absoluta. La adrenalina a tope, un instinto de conservación más allá de tus propios gestos. Una mano invisible ayudándote a sortear el momento crítico. Fue bello. Majestuoso. Increíble. Uno dice por un pelo. Gracias por vivir.

El sexto sentido. Un ángel de guardia.

Desde este día, algo transformó mi vida para siempre. La plena conciencia de tener una protección que supera tus propios gestos. Un sexto sentido que me avisará  de antemano de un peligro o una amenaza inminente. Pudo comprobarlo muchas veces con todo tipo de situaciones. A todos nos pasaron sustos, salvados por un pelín, por suerte se hizo tal o tal cosa, evitando lo peor. Recuerdo eventos que con el tiempo se transformaron como una certitud. Tomar carta del asunto. Obedecer a la previsión. Una forma consciente de un peligro inminente. Terminando, usando esta extraordinaria predicción como una herramienta adicional en el repertorio de los cinco sentidos que todos conocemos. La visión, el oído, el olfato, el gusto, el tacto.

Hacer caso sistemático de esta facultad adicional me evito desgracias varias veces. Desde entonces, tengo conciencia desde luego que me ha acompañado este sexto sentido. Andando con lo que sea, lugares, donde mi cuerpo se mueve, cualquier situación que pueda ponerme en peligro, mi cerebro actúa con previsiones adicionales. Modifico algo, la trayectoria, el posicionamiento, la velocidad. Veo antes cosas que pueden ocurrir evitando una desgracia. Es característico. Ya no es una casualidad.

Demasiado he visto el evento.  No es una excesiva prudencia. Simplemente, algo pasa o va a pasar involucrándome en un lío. Pero segundos antes estoy como avisado elevando la atención para evitar una ocurrencia. Funciona siempre. No es aleatorio. Luego uno piensa que tuvo suerte. Que bien lo hice. Pero cuando finalmente entiende que no es así, piensa que alguien te está protegiendo. No soy un ateo, tengo un pasado de monaguillo, tampoco práctico, nada de iglesia u otras de estas cosas del más allá. ¿Qué será? Finalmente, entiendo que ese don u otra cosa, hay que agradecerlo.

Es un margen de seguridad, un seguro de vida de verdad. Guardar la vida en lugar de entregar el dinero del seguro a otros. Caminando por una ciudad, una esquina. Puedo adivinar si alguien viene a su ritmo, a su antojo. De forma temeraria. Cualquier cosa que pone en peligro mi integridad, me avisa de aumentar la atención, modificar algo de lo pensado previamente. Lo necesario para continuar sin problemas. Sin correcciones, hay serias posibilidades de colisión. Muchas veces sería yo la víctima.

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Siempre soy yo quien afloja, frena, evita, modifica.

Cuando hablamos del tema con amigos o conocidos, estos fenómenos parece que no son tan raros, pero conmigo es recurrente, me doy cuenta, es previsible, cuento con ellos. Es un arma secreta. Es como tener una estrellita que te acompañe. Un gato tiene siete vidas, quizás ya supero esa cuenta. Estoy muy agradecido.

No es una herramienta que se usa para aumentar la suerte, tomar riesgos adicionales o tomar ventajas en situaciones competitivas. Considero este fenómeno como una mochila que llevó siempre conmigo ayudándome a navegar y sortear situaciones de peligro. Ahora siempre la llevo conmigo como si fuera un ángel de guardia. El equivalente de 34 veces la vuelta de la tierra en coche, ocho veces en moto sin parte de policía, es una prueba de una cierta protección divina. Pero tengo una maleta llena de multas por exceso de velocidad. Un debate diferente que tiene que ver con la recaudación excesiva del estado. La seguridad como pantalla de buena gente. Viva la vida.


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Jean Pierre

A Jean Pierre Maire siempre le persiguió la curiosidad. El deseo de conocer el mundo desde la temprana edad. Le apasionaban los mapas, se forjó entonces un verdadero camino hacia la singularidad, la independencia y la libertad. Tratando de influenciar sus decisiones para satisfacer sus necesidades. Es de esos que creen que el destino se puede forjar. Seguir la mayoría nunca fue su objetivo.Tuvo que surfear sobre la ola, caerse en el agua de vez en cuando. Aceptar los modales de la sociedad done vivia cada vez más decadente moralmente y tambien corrompida. Meter sus manos profesionales en el sistema con una doble agenda. He sido un cobarde egoísta de no levantarme contra tantas injusticias. Astuto en aprovechar las oportunidades, creciendo en las heraquias, buscando el mejor rendimiento económico con mi trabajo. Pudimos en familia vivir experiencias extraordinarias con condiciones privilegiadas. Quedan ahora estas vibraciones, estas maravillosas sensaciones de que queda más por ver, entender, que nada está terminado. Ahora jubilado, primero no deja entrar a este viejo en su casa como justamente lo dice el actor Clint Eastwood. La experiencia es un grado. La andadura es un regalo. Tuvo suerte, trabajando en varios continentes con puestos de  gerencia general en el sector industrial. Multinacionales suizas, suecas, canadiense. Autónomo unos años en Madrid. Un amante de la vida, de la familia, los deportes, la naturaleza.Subiendo montes y altas montañas, andar en la bici de carretera, maratónes. Motociclista apasionado desde siempre. El "yo" egoísta es visible en el camino. No es una forma extravertida como aparentar con aires superiores. Son estas cosas que me llenan, me divierten, me emocionan. Cosas solitarias. Me gusta aprender siempre cosas nuevas.Jean Pierre Maire, nació en Suiza el 18/12/1954. Vivo en Torrente desde 2017.

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