Un instante. Un parpadeo en la existencia, y de repente, la luz se va.
El zumbido familiar de los aparatos electrónicos se silencia, la pantalla brillante se torna un espejo opaco, y nos sumergimos en una quietud inesperada. En esos breves segundos de oscuridad, un pequeño micro-drama se desarrolla en nuestro interior y en el mundo que nos rodea. ¿Qué sucede realmente cuando la luz nos abandona, aunque sea por un suspiro?
En la inmediatez del apagón, la primera reacción suele ser de sorpresa, incluso de ligera alarma. Nuestros automatismos se ven interrumpidos bruscamente. El café a medio preparar en la encimera eléctrica se detiene. La serie que nos tenía absortos se congela en un fotograma inerte. El ritmo frenético de la vida moderna se ve forzado a una pausa no programada. Dejamos de hacer, obligatoriamente.
Se detiene la escritura en el ordenador, la música que llenaba el espacio se desvanece, el ascensor se inmoviliza, dejándonos suspendidos entre dos mundos. Nos damos cuenta, de golpe, de la intrincada red invisible que sostiene nuestra rutina diaria. Dependemos de esa energía silenciosa para innumerables tareas, desde lo más básico como iluminar nuestro camino hasta lo más complejo como comunicarnos con el otro lado del mundo.
Pero es en ese vacío momentáneo donde algo más comienza a emerger: una reevaluación espontánea de nuestras prioridades. En la ausencia de la luz artificial, nuestros sentidos se agudizan. El oído se esfuerza por captar sonidos familiares en la repentina calma. El tacto se vuelve más consciente de la textura de los objetos cercanos. Y, quizás lo más importante, nuestra atención se desplaza de lo virtual a lo tangible, de lo externo a lo interno.
En esos fugaces segundos de oscuridad, la seguridad se vuelve primordial. Buscamos instintivamente una fuente de luz alternativa, una linterna olvidada en un cajón, la tenue llama de una vela. Nos preocupamos por los que están cerca, preguntándonos si están bien. La conexión humana, aunque sea un simple «¿estás ahí?», se vuelve un ancla en la incertidumbre.
En ese breve lapso, también podemos vislumbrar la fragilidad de nuestra existencia moderna. Nos damos cuenta de lo fácil que es perder la comodidad y la funcionalidad que damos por sentadas. Y quizás, solo quizás, en esa oscuridad momentánea, una pregunta silenciosa comienza a resonar: ¿qué pasaría si esta oscuridad se prolongara? ¿Qué es lo que realmente importaría entonces?
Un simple apagón, un micro-drama cotidiano, puede convertirse en una poderosa metáfora de la vida. A veces, es necesario un instante de oscuridad para que veamos con mayor claridad lo que verdaderamente ilumina nuestro camino, lo que valoramos cuando nos falta, y la importancia fundamental de la conexión humana en un mundo que a menudo nos deslumbra con luces artificiales y nos aísla en la comodidad individual. En esos breves segundos sin luz, paradójicamente, podemos encontrar una nueva perspectiva sobre las prioridades que dan sentido a nuestra vida.
Remedios Gomis_ Love Coach
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