Y LLEGÓ LA GOTA FRIA
El agua comenzó como siempre, unos pocos, muy pocos centímetros que ves cómo van pasando por la calle, piensas entonces que no pasa nada, máxime cuando nadie de los que deberían ha anunciado nada preocupante. Esa agua, al final resulta que es como si el río mandara una pequeña avanzadilla, una fuerza de reconocimiento como la de cualquier ejército, antes de lanzar la gran ofensiva y en este caso, una vez lanzada, ya nada podrá detenerla.
Ya con el miedo en el cuerpo ves que aquella ligera corriente crece lo indecible en cuestión de segundos, empieza a llevarse coches como si fueran barquitos de juguete en sus manos. Dentro de los mismos, miedo y desesperación. Nervios, muchos nervios que en pocos segundos devendrán en pánico, el miedo atávico hacia lo incontrolable, el mismo que aquellos antepasados nuestros sentían cuando se encontraban presos de un tigre dientes de sable, el pánico que da el sentir en la nuca el aliento de la muerte y es entonces cuando aflora la adrenalina y el instinto de supervivencia, unos saldrán como sea y se subirán en primera instancia al techo. Otros, creyéndose con más fuerza se lanzarán al furioso torrente y tratarán de poder llegar a esa orilla que desde el techo del coche parecía más cercana o simplemente ven con más miedo todavía si es posible, como el agua los aleja de la orilla y se los lleva con ella, en compañía de árboles, cañas, coches, animales y todo aquello que se ha ido encontrando a su paso. Unos cuantos, simplemente no saldrán del coche y ahí, desesperados, con una desesperación rayana en la locura, verán como el agua los va primero cubriendo y luego ahogando. Debe ser horrible una muerte por ahogamiento.
En los pueblos la cosa no va a mejor, esa tabla que con yeso habías puesto en la puerta para impedir la entrada del agua, en cuestión de segundos no sirve de nada y el agua, fuerte, agresiva, imparable, destructiva, saca la puerta del quicio y va haciendo lo mismo con las de dentro de casa. Intentas salvar lo que puedes, sin ni siquiera saber que, y cuando te das cuenta, el agua te llega al cuello y nuevamente, solo piensas en sobrevivir.
Vives en un adosado y eso te permite subir las escaleras a la segunda planta y mientras desde el rellano ves como el esfuerzo de toda una vida queda destruido, si la adrenalina no te lo impide, lloras. El sofá, la TV, esa que compraste con tanto esfuerzo, muy grande allá por algún mundial, la mesa del comedor, las sillas, los cuadros, las fotos de cuando nos casamos, de cuando la nena era pequeña, se hunden y sabes que ya nunca las vas a poder recuperar. Recuerdos que ya no formarán parte de esa vida que durante años fuiste tejiendo, buscando siempre dar seguridad a los tuyos
En la cocina, muebles y electrodomésticos no tienen mejor suerte, el lavavajillas, la lavadora, el horno, la encimera, el micro, la bancada, los armarios, todo es arrancado por el agua, por el agua y el barro. No hablo de un agua limpia y clara, no, hablo de un agua marrón y espesa que cuando ya se retire dejará como tarjeta de visita, no solo la destrucción, sino también una enorme capa de barro, húmeda al principio y seca conforme vayan pasando los días.
Se va la luz, el agua y la cobertura del móvil y entonces te sientes como desamparado, no sabes como están los tuyos y eso añade un grado más de zozobra a la situación. Luego ya solo queda esperar, llorando de rabia, a que se vaya el agua y ver como ha quedado todo para empezar a cuantificar y solucionar el desastre. El miedo, ese miedo que sentiste, no desparece, tardará un tiempo en desaparecer, será parte del tributo que pagaras al agua.
En otras plantas bajas, donde no hay más pisos, no hay escapatoria y tal vez, en el patio, en el techo de algún corral para las gallinas puedas acobijarte, si no se lo lleva el agua. Si ni siquiera hay eso, tan solo toca dejarte llevar por el agua en la calle o simplemente, morir. Morir como nunca habías esperado, morir por la falta de previsión de aquellos a los que nunc les afectan estas calamidades, morir por que ni Gobierno ni Generalitat te dieron ningún aviso, fue como en Tous, que cuando se dio el aviso, en Alzira ya llegaba el agua a la cabeza de los santos patronos. Morir por que por medidas incongruentes de esas que llaman ecologistas, el gobierno mandó derribar las presas y represas que hubieran contribuido a frenar la avalancha, morir porque a la hora de la verdad tan solo eres un voto más, y a quién le importa un voto.
Al día siguiente, con la primera luz y ya desaparecida el agua, el espectáculo es dantesco, es como si ese noveno infierno de Dante, se hubiera trasladado a tu calle y allí hay de todo: una capa de barro que asusta por su grosor, animales muertos, coches destrozados amontonados unos sobre otros, algún cadáver, algún pobre hombre o mujer que, pillado de ida o vuelta del trabajo, tan solo tenía el coche como lugar de resguardo, su trampa mortal.
Los vecinos salen a la calle con las caras descompuestas, las miradas vacías, como si estuvieran viviendo un mal sueño y no pudieran despertar, luego empiezan las preguntas, preguntar por Pepe, por Fina, por muchos. De unos encontrarán razón, de otros no. Los más activos comenzarán ya a sacar muebles y barro de las casas y esos harán como de campana que invite a todos a hacer lo mismo y a las pocas horas, alguien, algunos, se darán cuanta de que por allí no viene nadie, ni ejército, ni policía, absolutamente nadie y a través de un transistor (siempre hay un transistor) oirán como nuestros próceres, se tiran las culpas unos a otros, pero ninguno hace nada. El gobierno dirá que la autonomía no pide nada y la autonomía dirá que pide, pero no mandan y en medio estará ese pueblo que necesita comida, que necesita agua, que necesita muchas cosas y que los que mandan no ponen a su alcance.
Será entonces cuando el pueblo sano, el que no se ha visto perjudicado por el agua, llega como un rio de amor y buena voluntad trayendo lo que pueden, para suplir a ese estado fallido, incapaz de dar una pronta repuesta.
En los siguientes días empezaran a llegar los soldados, los policías, los bomberos y voluntarios, muchos voluntarios que pala o cepillo en mano, se pondrá a despejar calles y casas, obteniendo a cambio su propia satisfacción y barro sobre sus ropas, mucho barro. Seguirán apareciendo muertos, seguirán habiendo desaparecidos, sin embargo, seguiremos sin tener datos actualizados en plena era de la inteligencia artificial, que visto lo visto, tal vez le debiera ser implantada a más de uno.
Luego, con el pueblo ya organizado y ejercito y demás fuerzas del estado y ONG,s (nadie ha visto las famosas mantas rojas de la Cruz Roja, esa que siempre dan a los de las pateras nada mas tocar tierra, algunos empiezan a preguntarse porqué a los de fuera se les aloja en hoteles de 5***** y a nosotros en polideportivos o barracones, como si ser de este país fuera un demérito. Ya casi como anécdotas, nos daremos cuenta de que no se ven yihabs o velos islámicos ayudando en las tareas de limpieza o que hay algún paquistaní, vendiendo el pack de agua de 2 euros y pico, a 9 euros.
Tocará ya las visitas de los políticos, caras de circunstancias, respuestas vacias, haciendo frente a la rabia del pueblo y ahí, nuestro Presidente huyendo como lo hacen las ratas, inventando grupúsculos de extrema derecha que no existen y denunciando agresiones con “un palo” que nunca llegó ni a rozarle, para acabar poniendo tierra entre él y la tragedia.
¿Y lo malo? Lo malo es que la memoria es corta y en las próximas elecciones seguiremos votando a quien no debemos, a los que nos han fallado, a los que provocaron la desgracia y nuevamente, en este país de batuecos… no habrá pasado nada.
https://www.youtube.com/watch?v=Nmb80HXWsFQ
©Fernando García A. 06.11.2024
Descubre más desde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Descubre otras Noticias relacionadas a Y LLEGÓ LA GOTA FRIA puedes visitar la categoría Opinión.
Deja una respuesta
Más INFORMACIÓN Relacionada: