Viaje a Bora Bora, polinesia francesa

Viaje a Bora Bora, polinesia francesa
Avatar de Jean Pierre

Un viaje para descubrir los sueños de las revistas de viajes.

La Polinesia Francesa está ubicada en el continente de Oceanía en el corazón del Pacífico Sur a unos más de 6.000 kilómetros al suroeste de Los Ángeles. 9.500 kilómetros de Tokio. A 8.000 kilómetros de Santiago de Chile. A 15.000 kilómetros desde Madrid.

Está compuesta por 118 islas y atolones de los cuales 67 están habitados.​ Unos 280’000 habitantes en total. La isla Tahití, la más grande en el archipiélago de las islas de la Sociedad con Papeete la capital. Es el centro administrativo y la ciudad más grande de todo el archipiélago con unos 130.000 habitantes. La isla de Tahití tiene el 70% de toda la población de polinesia francesa.

Lo nuestro era la curiosidad combinada por la oportunidad, éramos a principios de los noventa.

Ver de verdad los encantos de estas remotas regiones. Disfrutar los cuentos de estos lugares tan especiales con tus propios ojos era un motivo suficiente. En realidad, fue un viaje sorpresa sin ninguna planificación previa. De visita a los familiares de mi esposa en Mendoza Argentina, nos fuimos para unos días a Santiago de Chile cruzando los Andes, unos 350 km en bus. Queríamos pasarlo bien en la capital y luego Valparaíso, Viña del Mar, ver el Pacífico. Era el verano austral.

Isla de Pascua.

Una oferta especial para visitar la isla de Pascua fue el motivo del viaje. Nos llamó mucho la atención, un precio sin competencia desde la vitrina de una agencia de viaje en pleno centro de Santiago. Una de las islas habitadas más aisladas del mundo que es conocida por su atípica cultura y su atrayente energía. Sus tradiciones, sus moais gigantes. Sus mitos y sus leyendas han encantado a viajeros de todas partes del mundo. Valía la pena intentarlo estando en el lugar perfecto para hacerlo. La isla de Pascua pertenece a Chile. Un vuelo local.

Mirando el mapa, estar tan lejos perdido en medio Pacífico con la isla de Pascua nos parecía poco regresar y no más. Qué más da seguir hasta Tahití para dar plena satisfacción a nuestra curiosidad. Aumentar las chances de decidirnos…

La gaga se empodera de nosotros. Nos miramos y rompimos la hucha cerdita. Unas buenas horas de avión después con escala y visita de la isla de Pascua. Sorprende los pocos árboles en la isla. El 90% de la pequeña isla es una sábana seca. Todo es muy rustico, un solo pueblo con el aeropuerto. El misterio es la atracción principal. Sus gigantescas estatuas. De estas cosas que se hacen o no se hacen en una vida. Una semana de intensas emociones nos esperaba.

Tahití.

La isla, una belleza exótica se veía desde el aire. Impacta con sus tonos verdes intensos. Al llegar a Papeete, los pasajeros son recibidos con los típicos collares de flores y la música de los ukeleles. La «tiaré tahiti», literalmente flor de Tahití. Una bienvenida estupenda, desde el hormigón de la pista te lanzan buenas vibraciones.

El olor de la tierra es llamativo. También te sorprende la humedad tropical con el calor que te deja el cuerpo sudando. Una vegetación vigorosa. Esa impresión de alejamiento, consciente de estar en un lugar aislado muy lejos de todo te llama la atención. Sin embargo, la ciudad es muy de estilo francés, el uso y las costumbres de Francia. Las carreteras y la vida contemporánea. No se percibe la singularidad en cada esquina. Nos alojamos en el centro. Visitando el recorrido turístico. El sueño se desmorona un poco. El paraíso puede esperar un poco. Hasta que….

Bora Bora

50 minutos en avión, 300 km para llegar al paraíso. La isla de Bora Bora. No podía ser otra la que encabezara este ránking de las islas más bellas y exclusivas del mundo.

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Bora Bora es la joya de la polinesia francesa y el paraíso soñado por cualquier mortal para perderse.

La historia pone la pequeña isla en el mapa con los americanos construyendo un aeropuerto y base militar estratégica durante la segunda guerra mundial, los japoneses eran la amenaza. Se llamo la operación Bobcat. Unos 5000 soldados en un pañuelito. Debía ser todo un reto logístico en la época. Construir un aeropuerto que es el más importante de todas las islas de la región en aquel tiempo. Hasta 1961 se construyó el aeropuerto de Faa’a de Papeete, la capital de la polinesia francesa. Se desarrollaron conexiones locales desde este punto para ofrecer una nueva era de comunicaciones.

Nosotros fuimos sin reservas de hotel. Nos vino muy bien. Los pocos grandes hoteles resorts con precios de escándalo estaban fuera de nuestro presupuesto. Hay algunos alojamientos para visitantes trabajadores, cosas administrativas, la vida normal fuera del turismo. Nos alojamos al lado del hotel de lujo de referencia de la isla con sus cabañas directamente en el agua con acceso individual en la laguna. Fuimos una mañana a desayunar al hotel para festejar nuestra estadía. Unos franceses nos invitaron para visitar el bungalow. Lujo era poco, era un sueño. Pero nos quedamos muy felices en una casa de un pescador que alquilaba dos habitaciones muy sencillas. La nuestra con vistas al mar, mejor dicho, los pies en el agua. Su lancha en el porche de la casa. Nada de servicios.

Teníamos que ir al restaurante de una pequeña aldea justo al lado, caminando sobre la única carretera dando la vuelta a la pequeña isla. El día siguiente después de la pesca diaria, nos llevó con su lancha como si éramos unos viejos amigos, regalo de la casa con un potente motor me recuerdo. Hacer una vuelta cerca de la barrera de los arrecifes coralinos, el agua transparente, los peces, las rayas gigantes, los corales, como fondo la imponente montaña, un antiguo volcán. El contraste entre el azul del cielo, el mar de color turquesa, el verde intenso de la isla era impresionante. Comimos su pescado a la parrilla con un par de cervezas. Alquilamos un scooter al hotel para hacer la vuelta de la isla, tomando fotos. Las impresionantes vistas desde las escarpadas colinas del volcán culminando a unos 700 metros de alto. La carta postal perfecta. Es maravilloso, la emoción a flor de piel.

Muy pequeña la isla con apenas 10.000 habitantes ahora. Hoy es un hormiguero de turistas con buenos saldos en sus tarjetas de crédito. Parece mucho como subir al Everest, mucho dinero sin entrenamiento. Cartel completo todo el año. En aquel tiempo se podía hablar con la gente del lugar, disfrutar de una comida en un pequeño restaurante local sin carta y sin reservar. Hablar francés e inglés nos ayudó a tener una buena conexión con los locales. Son muy singulares, hay muchas disputas entre vecinos y familias. Historias muy antiguas que persisten. Un poco más y nos enrollan de testigos.

Todo era muy rustico todavía. Los hoteles de lujos eran escasos, hoy son más de diez. Se desarrollaron luego para transformar el islote en un parque temático con el auge del turismo selecto y exclusivo.

Lo que más impresiona en realidad no se ve. Es que mentalmente uno está tomando conciencia del extraordinario aislamiento geográfico, pensar que no hay nada alrededor a miles de kilómetros alrededor es angustiante. Este océano Pacifico infinito te pone los pelos de punta. Se transforma en un enemigo. Alguien de no fiarse. Navegaban de islas en islas con

piraguas con un balancín y una vela se llama va’a en tahitiano.

De allí se inspiraron con las embarcaciones con dos cascos, «catamarán” como se llaman ahora. Es asombroso.

Trata de imaginarte luego los veleros, la caza de las ballenas, estar varados en un lugar así. Una danza con una bella mujer de polinesia con sus flores en el cabello y el cuello.

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Te engaña la belleza, la ventana del tiempo agradable, las frutas tropicales, te da también cuenta de que cualquier almuerzo tiene cosas importadas desde Francia, Estados Unidos o Japón. Nada es barato en la isla. Que la gente local tiene que irse para vivir mejor. Aquí el trabajo casi no se sostiene sin asistencia estatal desde Francia. Las familias separadas, el problema del alcohol y la obesidad con la población eran temas de preocupación en aquellos tiempos. Fueron unos días excepcionales donde uno se cargaba de bellezas naturales, melancolías, amor y privilegios. Un recuerdo impactante con imágenes grabadas en tu cerebro para siempre.

Ya que estás en la región, visitamos Mórea, otra isla para redondear la estadía. Agrandar una realidad perdida. Playas solitarias, palmeras, un par de sándwiches para el día. Unos cubos de hielo son los placeres sencillos. Islotes que jamás volveremos a ver. Un ambiente de silencio que solo las olas del mar podían romperse, la ligera brisa acariciando las palmeras y las aves luchando para alimentarse. Todo aquí es solitario e inmenso.

La pesca es vital. Cada gesto, movimiento local sirve para la subsistencia. Pollos, cerdos también sobre las mesas, los platos son deliciosos, las famosas cremas corporales, el coco, las frutas tropicales. El ritmo es lento, pausado, están los locales en otra dimensión. Nosotros siempre corríamos hacia… ni sabemos por qué.

Poco a poco relajándonos, parecía que nuestras vidas eran un caos inútil.

Lo extraño es que tanto la Isla de Pascua como está pequeña incursión en la polinesia se nos grabó para siempre como algo extraordinario. Un pico de incredulidad. Un recuerdo de que nuestra tierra es más grande que todos nosotros. Una vuelta al inicio, la pureza sin muchos adornos. Hasta nos olvidamos de traer unas perlas negras, un producto famoso exclusivamente cultivado en estas islas.

Pero quizás es hora de polemizar un poco, aunque luego tenga que hacer recuento de bajas.

Mururoa es un atolón para hacer pruebas nucleares. Es una zona militar con acceso prohibido sin autorización. Está situado al sur del archipiélago a 1250 km de Tahití. Muchos ensayos nucleares desde 1966 hasta 1974. Hay consecuencias incómodas, ocultas con la población femenina. Una tasa anómala de cáncer de tiroides que es la más alta del mundo debido a la radiación. Se evita hablar, sin embargo, Francia tiene una deuda moral que empieza a reconocer. Indemnizaciones en curso.

Hasta el paraíso tiene sus manchas negras…cualquier historia tiene su recto y verso. La verdad siempre debe prevalecer.

Viva la vida

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