Su apellido era Balodis, un Estonio fugitivo de la persecución Rusa en los años cincuenta. Nunca más volvería a ver a su familia, tampoco a su país. Un buen tipo, soltero, jefe del laboratorio de la fábrica de alimentos y bebidas. Me invitaba para una copa a su casa, ya que éramos nuevos colegas de trabajo. Acabamos con mi mujer de llegar a la isla caribeña de Trinidad y Tobago. Éramos en marzo 1979. Teníamos veinticinco años de diferencia, el con sus vivencias y aventuras para llegar hasta aquí.
Era una noche muy clara con una super luna me recuerdo. Cuando me abrió la puerta de su casa, me asusté dando dos pasos atrás como para protegerme. El tío tenía un cuchillo de carnicero en la mano, su cara, su camisa y pantalones cortos llenos de sangre. Despeñado, con chanclas. Vaya susto verlo así. Tranquilo me dijo, que está muerto. Entra por favor. Bienvenido.
La cocina era un campo de batalla con otro amigo muy ocupado para descuartizar el animal. Un jabalí de buen tamaño. Una caza furtiva para mantener a estos dos viejos en estado puro de adolescentes rebeldes. Ya tenían otro cómplice para la faena. Un trabajo consecuente. No alcanzó la botella de ron para festejar una noche muy especial. La vida no es sólo trabajo, el lo había entendido así. Balodis era una figura. Todo el mundo lo conocía en la isla. Un blanco color leche con ojos azules del Norte y cabellos rubios.
Un "giri" como lo llamamos aqui. Trabajando en una fábrica de leche. Sólo había uno como el en toda la isla. Amable con todos, emitía ondas positivas. Los sábados iba al hipódromo para echar un ojo sobre las carreras de caballos y redondear sus ingresos. Si necesitaba mover unos papeles de la administración, el tenía los contactos, para la licencia de conducir, cualquier cosa. Balodis lo solucionaba todo. Luego, con el tiempo, encontramos momentos más serios. De estos que te mueven. Su historia pasada era un verdadero milagro poder contarla. Amigos, muertos, torturados, encerrados.
Tampoco le gustaba demasiado navegar en el dolor. Siempre se le veía con lágrimas discretas, la emoción a flor de piel. La guerra, los alemanes, los rusos, la lucha por la libertad de su país. Una historia compleja, entre alemanes, nazis y rusos. Los muertos, las luchas, los deportados que nunca volvieron, la familia, la fuga, el éxodo. Llegó aquí antes de la independencia de Trinidad de 1962. Muchas aventuras y toda una vida amputada de su familia. Entero en la superficie, torturado en su interior. Murió sin ver su país liberado e independiente. Siempre me acordaré de el. Tenía fe de que un día volvería a su país.
Nadie sabe apreciar la vida placentera, el ron sin olas. Incluso muchos odian la rutina como yo. Buscando retos y aventuras. Pero sin sangre por medio. Hay otros que solo querían vivir en un lugar seguro, libre e independiente. Un país con mucha historia.
El destino fue cruel para ellos. Por la época, por el lugar, por la política. Perdieron sus familias, sus esperanzas, su hogar, su lengua, sus raíces, su país. Es una mochila muy pesada para llevar. Un ejemplo sería nuestro buen hombre Balodis. La dignidad a su más alto nivel.
Nuestras democracias y todos nosotros, bien, deberíamos despertarnos para proteger nuestras tierras, nuestras constituciones, nuestro bienestar cada vez menos preciado. Nuestra generación nunca vimos la escasez, la guerra, las privaciones, el hambre. Nos dedicamos a insultarnos, dividirnos, buscar y tener la razón. Creamos diferencias, ciudadanos de segunda. La polarización como un plato del día, todos los días, insultos fuera del lugar dentro de una democracia. La caza al poder y sus abusos. Ahora como una casta acomodada, sirviendo sus intereses. Es tiempo de unirnos, tener proyectos en común. Alcanzar metas de progreso para todos. Recuperar la dignidad perdida. En estos tiempos navideños un poco de sensatez, ternura, de amor no es de más. Feliz Navidad.
- Jean Pierre Maire
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