Últimamente, están pasando un montón de cosas a nivel político-social-catástrofe en España.
Tanto que parece que se ha acelerado algo, que aún no ha trascendido, que es lo que está moviendo el resto de los hechos. Más que moviéndolos, los está vomitando sobre una sociedad que, al ir todo tan rápido, parece no poder digerir todo lo que le llega, produciéndole el efecto contrario; la anestesia por saturación y finalmente el ahogamiento como ha sucedido con la DANA en Valencia.
Es todo tan convulso que inconscientemente ignoramos la realidad para poder tener esa «tranquilidad, que es lo que más se busca».
Otros incluso la niegan.
Rechazan lo evidente y culpan al otro por señalar el conflicto, el desastre negando que nada convulso exista.
«Bulos, fango, fake news…».
Mira Tambien: Estos Temas RelacionadosLa comunicación más directa y efectiva...«Esa realidad yo la desconozco, por tanto, debe ser mentira». O peor; «de esa realidad ya me han hablado, la conozco, pero es imposible que esto sea así, ergo, debe ser mentira». Hasta que la realidad emerge, como el agua que aflora del subsuelo cuando ya es incontenible.
El vómito de la realidad en la que vivimos últimamente es tal, que da la sensación de que en cualquier momento todo se va a partir. De que el acuífero ya no puede aguantar más. Rebosa la mierda. El olor es terrible.
Es curioso como los adalides de la crítica a la post verdad, los que hablan de bulos y fango, viven, ellos mismos, por, para y en la post verdad más absoluta. También la fabrican.
Por fin, un Me Too a la española. Porque era curioso que, en España, con lo que les gusta el folclore y el faranduleo, no tuvieron su circo mediático y todos eran casos importados.
Es verdad, que al final el MeToo internacional fue un poco como todo, pero viendo el cariz que ha tomado el español, entendemos por qué llega con tanto retraso. Y es que ha tocado a gente que la enfangarocracia que nos hemos dado no necesitaba señalar, hasta hoy. Y a mí lo que literalmente me llama la atención es este «hasta hoy», en donde está la madre del cordero... Qué hay detrás, por qué hasta hoy no podíamos saber nada y de repente todo emana del Uno. ¿Qué pasa? Tanto ha sido así que está siendo más escandaloso la cantidad de gente que lo ha encubierto supuestamente que los propios hechos. Y lo que falta por salir... Y esto no es más que un pequeño circo para no dejarnos ver el circo más grande que está detrás y el hecho es que todo el mundo es plenamente consciente de ello, porque hiede demasiado.
Parece que Íñigo Erección ha sido el primero en caer, pero ya sabemos que aquí el pozo enfangado está completamente controlado. Pero tiene pinta de que en cualquier momento toda va a saltar por los aires, pues todo está irrespirable, por mucho que las zorras mediáticas traten de echar ambientador.
Mira Tambien: Estos Temas RelacionadosEl móvil puede esperarLa objetividad no existe, ninguno de nosotros puede situarse en la quinta dimensión y describir las cosas tal cual son, si es que eso es posible. Toda la realidad está cruzada por nuestra subjetividad; nuestros sentidos, nuestro bagaje, nuestra naturaleza.
Pero dentro de todo eso hay hechos que existen objetivamente, que están más allá de nosotros. Uno no puede negar la realidad.
¿Qué valor tiene el perdón?
¿La disculpa tiene valor per se o debe contener verdad y culpa?
¿De qué vale una disculpa si esta no es sincera y el que la emite no se arrepiente del hecho por el que pide perdón?
¿El perdón por sí mismo ya muestra al receptor un arrepentimiento y por eso tiene valor, emita cómo se emite?
Mira Tambien: Estos Temas RelacionadosLa historia de un español en AlemaniaFelipe IV y Francisco de Quevedo ya discutieron sobre esto hace unos cuantos siglos. El monarca sostenía que cualquier ofensa quedaba lavada por una disculpa.
El escritor alegaba que una disculpa deshonesta o mal planteada puede resultar peor que el hecho por el que se pide perdón.
El rey retó a Quevedo a ofenderlo y encontrar una disculpa que resultase peor que el propio agravio.
Apenas dio la vuelta, el poeta puso las manos en las nalgas del rey.
No repuesto de la sorpresa, Felipe IV escuchó las siguientes palabras:
«Perdón, señor, pensé que era la reina».
Últimamente vemos a muchos de nuestros cargos y personajes influyentes de nuestro establishment pedir perdón cuando su incompetencia o su corrupción o ambas han sido puestas de manifiesto curiosamente, jamás antes.
El perdón parece redimirles de toda culpa y así poder seguir viviendo del erario público sin repercusiones.
«¿Quién le dice que no con esa cara?», decían los secuestradores de Homer Simpson cuando al solicitar el rescate se dieron cuenta de que el bueno de Homer se había comido más que el dinero que estaban pidiendo.
¿Quién le dice que no a un político cuando pone cara dulce que vale más que un potosí y nos pide perdón?
¿Quiénes somos nosotros para pedirle que dimita, o que devuelva lo que no es suyo o que declare y tire de la manta, aunque vaya a la cárcel para que se redima y nos redima a todos de su «error»?
¿Quiénes somos nosotros para entender que el perdón es algo que va mucho más allá que la mera palabra «perdón»?
La eterna relación entre lenguaje y realidad.
Pero los sofistas siempre jugaron con esa ambigüedad que permite un lenguaje rico para manipular la realidad.
Tocarle las nalgas al rey está mal, decir que creías que eran las de la reina está peor.
Que un político haga algo que nos perjudica a todos y que, por ejemplo, permita que los asesinos salgan a la calle, no puede enmendarse con un perdón. Un perdón es un insulto.
El lenguaje, en su riqueza, permite insultar con bellas palabras. Si te equivocas no pidas perdón, demuestra que te arrepientes de verdad.
Si vas a pedir perdón para salir del paso, lo mejor que debería ocurrirte es que la pena que conllevas se agravarse.
Permite a los malos ser más malos y a los tontos ser más tontos.
No seas un cualquiera. Eso no.
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