Era un cinco de enero, un día, aunque un poco frío, pintaba bonito, papá y mamá salieron de casa desde muy temprano, yo me quedé a cargo de mis dos hermanitos, el día resultaba muy largo, y la espera desesperada. Esperaba a mis padres ya cansada de cuidar a mis hermanos traviesos, pero… esperaba a alguien más con mucha ilusión, y es que era ya el cinco del primer mes, y ya quería que la noche llegara pronto.
Durante el día mis hermanos y yo, limpiamos lo más que pudimos nuestro humilde calzado, buscamos un buen recipiente para llenarlo de agua para el camello, con algunas monedas fuimos a la tiendita de la esquina y compramos cacahuates para ponerle al elefante, y a la chivita de la casa la privamos de un poco de su alfalfa para obsequiarle al caballo.
Cuando por fin regresaron nuestros padres, les contamos todo lo que hicimos durante su ausencia, mi hermanito tomó de la mano a papá y lo llevó hasta donde estaba todo lo que teníamos preparado para recibir a los Reyes Magos.
Él entusiasmado nos dijo que seguramente los Reyes llegarían cargados de regalos porque éramos niños buenos y obedientes. Después de tomar café con galletas de animalitos, mamá con mucho amor nos preparó para dormir, nos acostó en la camita de madera que nos hizo papá en la casa de adobe de mis finados abuelitos maternos y que ocupábamos los tres hermanos, después de darnos un beso a cada uno, se retiró también a descansar al lado de papá.
Pasaron las horas y yo no podía dormir, daba vueltas y vueltas en la cama, hacía frío y recordaba además la recomendación de mi madre: ¡Duérmanse pronto si no los Reyes no llegarán!
¿Pero por qué no podía dormir? Quería ver a los reyes magos, tenía cerca de ocho años y las dudas me asaltaban, de pronto escuché algunos ruidos, murmullos muy cerca de la casa, los ladridos de los perros de pronto cesaron, ¿Acaso con magia los reyes los callaron?
Tuve la intención de levantarme, pero algo me dijo que no lo hiciera, se escuchaban pasos dentro de la casa, entonces me cubrí con la vieja cobija y quise ver por un agujero lo que sucedía.
Algo mágico sucedió en ese instante, cerré los ojos y logré percibir que alguien se acercó a nuestra cama, sentí como arropó a mis hermanos y lo más maravilloso, escuché que me dijo muy quedito: -Continúa siendo niña buena y dejó en mi mejilla un tierno beso, logré percibir su suave barba, era él, uno de los reyes magos.
Después de eso quedé profundamente dormida y apenas amanecía cuando mi hermanito, se levantó gritando, vengan, vengan, ¡llegaron los reyes magos y miren lo que nos dejaron!
No era sorpresa para mí, los escuché llegar, sentí aquel beso, el mismo que año con año se repetía hasta que dejé el seno familiar para emprender otra gran aventura lejos de mi familia, pero sobre todo lejos de él, de mi amado padre. +QPD.
Más Información:
En México, la tradición del día de reyes es muy popular, en estos días, muchos padres y madres de familia se esfuerzan por crear y mantener la ilusión de sus pequeños hijos, a pesar de lo difícil que sea la situación económica del hogar. Algunos reciben lo que con optimismo escribieron en sus cartas, otros lo que según las posibilidades de los padres se permitieron comprar, pero lo más importante en esa fecha memorable de los obsequios de los reyes magos al niño Jesús, es el amor que prevalece y que ni el regalo más caro puede comprar. Enseñemos a nuestros hijos a valorar los obsequios, los detalles, que sean amorosos y respetuosos con las personas mayores y si tienen oportunidad que le obsequien uno de sus juguetes a los niños que no reciben nada en esta fecha.
Por un mundo más empático y lleno de amor ¡Feliz día de reyes!
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- Elizabeth A. Castillo Martínez/Liaazhny
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