Contaba don Filomeno que allí en la hacienda de la calle Benito Juárez, en el pueblo de San Juan Guelavía Tlacolula Oaxaca, vivía la señora Rafaela, creo que así la llamaba, fue hace tantos años y yo era tan solo una niña que no recuerdo ese dato muy bien, prosigo: Sí, tuvo un hijo al que amó muchísimo y al que mandó a estudiar a la capital y que después de mucho tiempo regresó, pero ya doña Rafaela estaba muy enferma y falleció.
El señor estaba tan triste que empezó a consumir bebidas alcohólicas continuamente y en esas reuniones con la gente como él, escuchó a alguien contar una leyenda peculiar de un cerro que está en los linderos con el pueblo deMacuilxóchitl. En ese cerro le dijeron, el día de Navidad y año nuevo, justo a las doce de la noche se abren unas puertas secretas enormes y al que logra verlo le dan permiso de entrar y ver lo que hay allí adentro, eso sí le dijeron, algunos logran salir, otros no y no se tiene permitido decir lo que allí adentro hay.
-Habías de ir a lo mejor puedes ver algo que te ayude a dejar este vicio muchacho.
Este señor quedó con esa fijación y con impaciencia esperó a que llegara la fecha esperada, el día 24 no pudo ir, hizo los preparativos para el fin de año y se fue al cerro antes de que anocheciera, por ahí cerca aguardó a que llegara la media noche, llegado el momento, cuentan que el hombre se fue acercando y que grande fue su sorpresa al ver una deslumbrante luz al abrirse la enorme puerta que surgió entre las piedras de aquél cerro, no era solo él, de repente aparecieron muchas personas que igual que él estaban esperando para comprobar si existían realmente esas puertas y sobre todo que se abrían para los curiosos.
Fueron entrando uno a uno y cuando se encontraba adentro identificó a muchas personas conocidas que lo fueron saludando, pero hubo uno en particular que le dijo:
Qué bueno que vino señor, miré allá donde están los Guajolotes, vaya, creo que la señora espera ver a alguien pronto.
Mira Tambien: Estos Temas RelacionadosMuere Sixto Rodríguez, el cantautor que...Cuentan que sin más palabras se dirigió al lugar que le señalaron y que allí vio a una viejecita de espaldas, en pleno sol, descalza, con la enagua raída por el tiempo y su gami'iizh ' tiuca (así se dice en Ditzaá,zapoteco, blusa de abajo) también hechas trizas, sin un rebozo que la cubriera y con una vara en la mano arriando la parvada de guajolotes. Avanzó con sigilo hacia ella buscando su rostro y casi desmaya al ver a la viejecita, era su amada madre.
Cuentan que lloró mucho al contarlo entre sorbos de mezcal, que su madre solo le pidió por favor le mandara unos huaraches y un rebozo para cubrirse del sol.
La gente le preguntó que hizo en el momento, o como salió de aquel lugar, pero dijo que no recuerda nada más, que despertó tirado en la entrada de la hacienda, con las botas llenas de tierra y los pantalones rotos con pequeños abrojos pegados en él.
Dicen que aquél pobre hombre cada día bebía más y que recurrentemente iba al cerro para ver si se abrían las puertas y dejarle a su madre el rebozo y los huaraches para protegerse del inclemente sol.
Siempre regresaba cada vez más triste y desesperado diciendo que el dinero de nada valía y que si en vida su madre tuvo las mejores ropas, rebozos y calzado, porqué ahora la tuvo que haber visto así, tan miserable, ¿que si acaso ese era un castigo divino?
Pasaron los días y aquél desventurado hijo fue perdiendo la razón poco a poco, cuentan que en la capital le pusieron como apodo “El loco de Guelavía” porque en sus peores días de locura se iba en un coche a dar vueltas al zócalo, tirando por la ventana muchas monedas, gritando que el dinero no vale nada.
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