CINE, CINE, CINE

CINE, CINE, CINE
Avatar de Fernando Garcia Aleixandre

Descubrí el cine a muy temprana edad, en una época en la que se mezclaban las películas en blanco y negro con las de color, igual que la España de entonces, que mezclaba el color de las áreas emergentes del turismo de sueca y bikini, con el blanco y negro de las Hurdes o de otras partes del suelo patrio en que la pobreza teñía la vida en esos dos colores o mas bien con la ausencia de cualquier otro color.

Todavía éramos esa España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y alma quieta, como muy bien describió Machado, tal vez ya no era la de Frascuelo y si más la del Viti o Bienvenida, pero en el resto seguíamos igual, con aquellas semanas santas en el pueblo, en donde la radio solo emitía música sacra y cerraban bares y cines y a los niños nos estaba prohibido armar algarabía en la calle.

Mis padres me llevaban con ellos a todas partes y el cine era una de esas partes, allí, sentado sobre las rodillas de mi padre para poder ver la pantalla grande, mientras iba descubriendo muchos otros mundos, sentado a la grupa de John Wayne o surcando los mares con Errol Flynn. Sin darme cuenta me iba entrando el veneno del cine dentro y ya no me abandonaría en toda mi vida.

Ya algo más mayorcito (eran otros tiempos), mi padre me acompañaba al cine y a la salida me esperaba con mi madre para llevarme de nuevo a casa. No era amplia la oferta de cines en mi barrio, se limitaban a dos: el Ribalta y el Pompeya, el ultimo ya hace muchos años que dio lugar a un edificio de varias alturas y en cuyos bajos hay una sucursal del banco de Bilbao si mal no recuerdo. El otro es, desde hace años una sala de baile latino, en la que raro es el fin de semana que no tiene que acudir la policía: latinos, alcohol y mujeres son una mala combinación para ellos.

Eran los años en que la televisión emitía en blanco y negro y con tan solo una cadena y una programación muy santa, católica y apostólica siempre bajo el palio del régimen, con lo que en las tardes de invierno y unas pocas de verano, era el mejor lugar para pasar el rato, un lugar en que niños y menos niños gritábamos cuando cabalgaba la caballería de los EE.UU, aplaudíamos cuando Richard Widmark baleaba al forajido y silbábamos cuando el beso de los protagonistas, se cortaba indisimuladamente.

Nunca faltaba el follonero de turno, los dichos más o menos soeces al aposentador, la discusión de éste con alguna parejita sentada en la fila de los mancos y los niños más pequeños, meando allí, a pie de butaca, haciendo que los orines rularan cuesta abajo debido a la inclinación del cine.

El cine (y esto vale para los dos) tenia un pequeño hall de entrada que además de las puertas, cubría la zona de acceso a la sala con unos cortinajes color granate, los mismos que una vez dentro cubrían las salidas de emergencia, esas que en verano se abrían para que entrara el aire y con el la luz que dificultaba la calidad de la proyección. Las butacas eran muy simples, de madera y un ligero tapizado también granate y como la inclinación del suelo era mínima, si te tocaba delante alguien alto, ya no veías bien la película.

El suelo era de madera, una madera desgastada y vieja, nada mantenida que dotaba a la sala de un olor característico, olor a cine de barrio. Al final del mismo, en el caso del Ribalta, había una puerta a mano izquierda que era la entrada al bar del cine, una pequeña barra en donde se vendía café, cerveza, refrescos, chocolatinas y papas, unos paquetitos mas bien pequeños de la marca Carrión, también del barrio, con papel encerado de diversos colores. Lo mío era siempre una gaseosa y una barrita de turrón Viena Meivel, las cuales aún existen. Una vez dentro del bar, otra puerta daba a un WC que de existir hoy en día llevaría al cierre inmediato del cine, se orinaba sobre una pared de azulejo blanco y los orines resbalaban hasta un pequeño canal abierto que desparecía por un agujero en la pared lateral, era un lugar pequeño y maloliente, pero no sé si entonces hacíamos caso a esas cosas.

Al bar o al WC se iba cuando empezaba el descanso, una parada entre película y película que siempre arrancaba con el Nodo, un noticiero semanal de obligado pase y que glosaba y enaltecía a nuestro invicto Caudillo, recuerdo que a mi me gustaba, al igual que me siguen gustando las noticias. Al salir siempre me paraba con un hombre que vendía chuches y baratijas a la puerta del cine, yo le compraba siempre un cowboy de esos de plástico de un solo color y es que me encantaba jugar con ellos, llegando a tener entonces cerca de 300, vamos, todo un ejercito de los mismos, entre vaqueros, indios y soldados de la caballería.

Más adelante, la televisión comenzó a expandirse en los hogares, ya no era solo cosa de gente con algo más de posibles, sino que ya alcanzaba el estatus de electrodoméstico popular, ello afectó a los cines, que empezaron a perder clientela a favor de Reina por un día, películas, concursos varios y poco más.

El cine contraatacó emitiendo tres películas en lugar de dos y yo era feliz, me cascaba las tres, me llevaba la merienda de casa y disfrutaba de la tarde en esa sala oscura que olía a madera vieja y llenaba mi cabeza de sueños de otros mundos, sueños de héroes, de chicas despampanantes, espadachines, romanos, naves espaciales y coches que solo se veían en el cine.

Eso sí, las películas se cortaban de manera inmisericorde, con el fin de que, a pesar de las tres proyecciones, se siguieran dando las dos sesiones, money is money. Luego llegó la tv a color, más canales, el VHS, los videoclubes y aquello empezó a cambiar: los cines de barrio fueron cerrando inexorablemente, incapaces de hacer frente a la nueva competencia, también cerraron muchos de los de estreno y los que quedaron fueron adaptándose a ese formato de pequeñas salas, que permitía tener cuatro o cinco donde antes reinaba una majestuosa sala de cine con aquellas lámparas tremendas en el techo y ese enorme telón que al descorrerse, anunciaba por si solo el comienzo de la magia.

Hoy sigo apegado al cine en cualquier formato, según el tipo de película la veo en una sala de esas modernas que ahora tienen divanes en lugar de butacas y te sirven la cena, otras en el autocine y las mas en las plataformas de streaming, en estos momentos tengo 5 y cuando me pongo una película, ya acostados todos en casa, con mi Coca-Cola y mis palomitas dulces o alguna chocolatina, aun oigo es voz antigua que detrás de mi dice… dispárale, dispárale,

CINE, CINE, CINE


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