El viejo mundo ya está enterrado, pero miramos hacia otro lado y gritan nuestros monstruos que se han liberado por nuestra pereza y negligencia. Miedos nuestros que se han metamorfoseado en monstruos que claman en nuestras calles en estampida buscando otra vida que no existe fuera de su guarida interna.
Y en ese claroscuro, no hayamos nada afuera, gritando a la desesperada con
el engaño de los brazos caídos sin haber luchado por la auténtica libertad
que se alcanza con nuestras manos de callos y heridas pero que aún no
se han arriesgado a caer y levantarse diciendo: “Somos libres cuáles aves
del inmenso espacio.
Aves que volando sobre nuestras vergüenzas e iniquidades e inmundicia las cuales habríamos superado con nuestro sacrificio y nuestro espíritu liberado, habiendo llevado luz a otros espíritus
enjaulados”. Pero ese milagro todavía no se ha generado porque seguimos, por miedo y por estulticia, a nuestros monstruos atados. Solo existen dentro de nosotros devorándonos sin habernos enfrentado.
Y el nuevo mundo no brota de la tierra madre que nos ha engendrado para aprender sin límite y para volar siempre muy altos, siendo luces de esperanza y semillas de generaciones de auténticos y libres humanos. No dejamos que borre repitiendo miles de voces patrones carcomidos y apolillados negándose a ser los nuevos y felices humanos.
- Opinión: Jesús Antonio Fernández Olmedo
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