Representación gráfica de la relación clase política-pueblo español
Cuando se supo que Pablo Iglesias e Irene Montero se habían incorporado a la casta comprando el chalet de Galapagar constaté que, a pesar del fiasco general que ha resultado ser Podemos, seguía habiendo gente dispuesta a disculpar chaletazo y chanchullos con un punto de vista curiosísimo: “mejor que lo tengan ellos que no los otros”. Es lo mismo que enfrentar los ERE con la trama Gürtel, o sea: “está mal que los políticos roben, pero si tiene que robar alguien, que sean los nuestros”. Parece que si lo comete alguien que nos sea simpático el delito es menor, y parece también que tenemos tan asumido que los políticos roben que no sólo no nos extraña: encima los disculpamos.
Toda esta situación de ausencia de Gobierno pone de manifiesto que la clase política no tiene vergüenza. Preguntarán ustedes qué tiene que ver ésto con que los políticos roben, y para ver la relación no hay más que reparar en quién va a pagar los sueldazos de Sus Señorías aunque lleven meses sin dar un palo al agua; de dónde ha salido el dinero para las vacaciones de Pedro y Begoña en plena incertidumbre de poder, con el desasosiego de la economía que supone la situación de marras; o de dónde va a salir el presupuesto para alargar en cinco días la visita a Nueva York de un señor que ni siquiera es presidente legítimo: lo es únicamente en funciones.
Las situaciones estrambóticas nos hacen evocar a veces recuerdos que parecen no venir a cuento, pero vienen, como la frase de Próximo en Gladiator: “La gran puta nos amamantará hasta quedar saciados, y cuando ya no podamos más seguiremos mamando”; y se imagina una a Pedro Sánchez diciéndole algo parecido a su mujer cuando se arrellanen en los asientos del Falcón rumbo a Nueva York para pasar cinco días de bóvilis bóvilis entre charla y charla de Naciones Unidas. Para Próximo la gran puta era Roma, y está claro que en este momento para Pedro Sánchez lo es la antigua Hispania.
Dice Andrés Aberasturi que si los políticos tuvieran vergüenza dimitirían para dar paso a nuevos nombres; y es bien cierto que entre unos y otros están dejando claro el interés de mamar de la gran puta -o el afán desmedido, que de todo hay-. Sánchez se agarra a las vacaciones de lujo gratis, al Falcón y a los paseos por la Gran Manzana con la desesperación de un lactante hambriento; y mientras una mitad del país continúa dispuesta a dejarse secar las ubres la otra languidece de puro hartazgo. Por pura vergüenza debían haber dimitido todos después de tantos meses cobrando sus sueldos sin haberse constituido las Cortes; y después nos venderán el chocolate del loro diciéndonos que estaban trabajando en comisiones y tratando de llegar a acuerdos: a esa gran falacia se agarran para aparentar no ser verdaderos zánganos en una colmena que hace aguas, y ésto engloba por desgracia a todo nuestro marco político.
Después de colocarnos a todos en la necesidad de convocar elecciones por cuarta vez, con el gasto que ésto supone -140 millones de euros, que se dicen pronto-, comienzan a salir resultados de sondeos poco halagüeños para el PSOE, según los cuáles el aspirante a presidente podría verse destetado y con un palmo de narices; pero también podría ser que la gente insista en seguir financiando los caprichos de Pedro Sánchez y le vote con más contundencia. Si esto ocurre terminaré de convencerme de que en realidad nos gusta que nos tomen el pelo, y de que en consecuencia somos tontos de remate.
Tal como está la cosa ya no es cuestión de ser de izquierdas o de derechas: es simplemente una cuestión de dejarse expoliar o plantar cara de una vez. Para la segunda opción es necesario tomar conciencia de que los políticos están al servicio del ciudadano, no al revés: eso supone la obligación de observar un mínimo de dignidad y de ética, y supone también la obligación del ciudadano de rebelarse en las urnas si no la cumplen.
Por más vueltas que le doy al asunto no puedo comprender cómo una familia obrera puede ver con gusto que sus representantes les expriman las ubres, ni cómo permitimos que se prostituya la política de tal modo que el país pueda describirse con la frase de Próximo. Una situación como esta supondría el cese fulminante de todos y cada uno en cualquier país donde reine la cordura y no disculpen la falta de vergüenza porque las cometa alguien que nos caiga simpático.
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